La narcocultura, una problemática que compete a la Iglesia
"Traje tussi, traje code, traje mari, mari / Y despertamo' en Miami / En un yate con la vista panoramic". Este verso, de una canción que tiene decenas de millones de reproducciones, sólo en Youtube, es un botón de muestra de la denominada "narcocultura", la cual promueve y legitima el consumo y tráfico de drogas. Esta cultura narco, que se ha expandido virulentamente los últimos años entre nuestros niños, niñas y adolescentes, proyecta que el consumo y tráfico de drogas, el uso de las armas y la violencia tienen como resultado un mayor estatus social, una vida de lujos e incluso mayor éxito sexual.
Pero más allá de las rimas, sabemos claramente que el verdadero efecto de esta propuesta es una cultura de la muerte que trafica con las vidas de nuestros jóvenes, truncando sus vidas, desatando la violencia y destruyendo sus familias, dejando una estela de profundo dolor y vejación a su alrededor. De hecho, es sintomático el miedo y el repliegue de la población ante la violencia que ha traído aparejada la situación de mayor consumo y tráfico de drogas. Y frente a tanto sufrimiento, ¿podemos hacer un cómodo rodeo que no nos comprometa? Es evidente que no. Con todo, alguno que de verdad se interesa, igual se preguntará honestamente si esto realmente nos corresponde y, pensando específicamente en nuestra comunidad, puede preguntarse legítimamente: esta lacerante realidad ¿nos compete como Iglesia?
La respuesta es un rotundo ¡por supuesto que sí! Nos compete porque ¡son nuestros hijos!, son los hijos amados de Dios con los que Cristo se ha identificado (Mt 25,40); son nuestros estudiantes, que en muchos casos se hacen dependientes de fármacos para rendir; son nuestros vecinos, son nuestros familiares. ¿Quién no tiene a un ser querido involucrado? Tal vez somos incluso nosotros mismos. No podemos mirar para el lado. ¿Cómo no llorar al ver a uno de los niños de la catequesis parado como gárgola día y noche en la esquina o dejando los estudios o recayendo en la angustia? ¿Cómo no conmoverse en las entrañas al escuchar a esa mamá que te dice que perdió a su hijo o hija? No son los hijos de otros, son los propios, los de la Universidad, los de la Iglesia. (…)
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