Elisa Loncon y la descolonización de la lengua
Elisa Loncon tiene un sueño: que los colegios chilenos enseñen mapudungun. En una vida de lucha contra el rechazo y la discriminación, ha aprendido que hablar un idioma diferente no es un defecto, sino que una riqueza. Ha visitado otros países ensalzando los valores de su pueblo desde la academia. Es una de las principales impulsoras del proyecto de Ley de General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Originarios que hace dos años descansa en el Congreso. El objetivo es fomentar la generación de políticas públicas en este ámbito. “Sin eso, nos silencian como cultura”, afirma. Reproducimos el artículo publicado el año 2016 por Revista Universitaria número140.
Golpeo sin anuncios a la puerta de su oficina en la Universidad de Santiago la académica pasa gran parte del día corrigiendo textos y preparando abnegadamente sus clases. En ellas aborda materias que expone con el peso de la historia que lleva a cuestas.
Su simpleza y austeridad engrandecen la contundencia de su trayectoria. Elisa Loncon Antileo (58 años, una hija) ha llevado el nombre de la cultura mapuche al país y al mundo. Su cruzada por los derechos lingüísticos es una lucha personal y colectiva por preservar su identidad y la del pueblo que le dio la vida.
Desde la comunidad en la que creció, cerca de Traiguén en la región de la Araucanía, fue testigo del principio del fin que espera que nunca llegue. El fin de las tradiciones, de los ritos y del lenguaje.
Así, como estudiante universitaria se reencontró con el orgullo de ser mapuche. De hablar el mapudungun fuerte y claro y así lo sigue haciendo. Ha recorrido diferentes países recogiendo experiencias. La más importante fue en México, donde participó en un proyecto para que se enseñen en los colegios, según la región, las 56 lenguas que existen en ese país.
Se tituló como profesora de inglés de la Universidad de La Frontera, y en 1986 fue becada por el Instituto de Estudios Sociales de la Haya (Holanda) y luego por la Universidad de Regina (Canadá). Posee un Magíster en lingüística de la Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa UAM-I (México) y un doctorado en Lingüística por la Universidad de Leiden (Holanda).
Ha recorrido diferentes países recogiendo experiencias. La más importante fue en México, donde participó en un proyecto para que se enseñen en los colegios, según la región, las 56 lenguas que existen en ese país.
Actualmente es profesora de la Universidad de Santiago y también dicta algunos cursos en la Facultad de Letras de la UC. Desde hace varios años ha participado en diversos proyectos para promover el aprendizaje del mapudungun, como es el caso de la creación de libros para enseñarlo a escolares de primero a cuarto básico. Recientemente participó en la elaboración del proyecto de Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Originarios de Chile. La propuesta, que defiende el lenguaje como un derecho humano y un factor fundamental de integración, se presentó hace dos años en el Congreso, pero aún no ha visto la luz.
Oprimir la cultura a varillazos
Elisa nació en una comunidad llamada Lefweluán, que significa “lugar donde arrancaron los guanacos”. Sus padres Juan Loncon y Margarita Antileo formaron su familia con siete hijos. En su casa se hablaba el castellano y el mapudungun. Es una amante de las palabras y se relaciona con ellas desde su niñez. Por ello, las asocia a emociones positivas. “Yo crecí gozando el privilegio de tener dos idiomas”, dice, mientras recuerda juegos que hacían en su casa.
Cuenta que su padre quiso que todos sus hijos fueran al colegio, a pesar de que en las comunidades indígenas había enormes prejuicios contra las escuelas porque se prohibía hablar el idioma mapuche. Así, Elisa estudió en un establecimiento unidocente y luego ingresó a la universidad.
Su padre quiso que todos sus hijos fueran al colegio, a pesar de que en las comunidades indígenas había enormes prejuicios contra las escuelas porque se prohibía hablar el idioma mapuche
—¿ Sus padres pudieron ir al colegio?
— Mi mamá estuvo tres años en la primaria y mi papá nunca fue a la escuela. Pero como él tenía muchas inquietudes respecto de los estudios, aprendió a leer a los 17 años en un fundo. Cuando niño quiso ir al colegio y trabajó para comprar sus materiales. Pero llegó un tío que les advirtió a mis abuelos que no era bueno, porque se avergonzaría de su familia y de sus raíces y que después no les iba a obedecer. Esto era verdad. El sistema educativo despojó a toda la generación de su lengua. No solo la despojó, sino que generó un precedente de que ser indígena y tener un habla propio es algo que no sirve, algo que es inmundo, algo que es sucio, algo que no tiene valor. Esto al punto de lavarles la boca con jabón a los niños que hablaban mapudungun. Así de duro fue.
—¿Usted presenció algo así?
—No, yo vi los castigos con varilla y unas picanas largas, o cuando los arrodillaban en las piedras. Mis compañeras en la universidad me contaron las historias de los lavados de la boca o cuando les pegaban a los chicos.
—¿Qué otras consecuencias generaba ir al colegio?
—Por ejemplo mi papá no tenía las trancas sociales de la cultura chilena. No era machista. En cambio mi mamá sí lo era, porque venía de una familia mapuche que también era evangélica. Por no tener la socialización de la iglesia ni de la escuela, mi padre tenía un pensamiento mucho más libre.
—¿ Eso se notaba en la casa y en la distribución de los quehaceres?
—Sí, en todo, porque entre ellos hicieron una pareja muy organizada para la crianza. Todos íbamos a vender las verduras y huevos a la ciudad. Ayudábamos en la huerta, en la chacra, cuidábamos animales, chanchos y ovejas. Mi mamá nos coordinaba y distribuía. En el caso de mi papá, por iniciativa propia aprendió a hacer muebles y tenía un pequeño taller. Nosotros crecimos en un ambiente de mucha producción, esfuerzo y trabajo en equipo.
—¿Cómo era la relación al interior de la comunidad en que vivían?
—La comunidad, de 15 familias, se ubicaba muy cerca de Traiguén y ya cuando éramos niños estaba más o menos mezclada, había chilenos casados con mapuche que estaban “mapuchizados” y hablaban mapudungun y también al revés. A la larga, con esa fusión se fue perdiendo la tradición.
—¿ En esta comunidad estaba toda la estructura del pueblo?
—No, mi comunidad se “ahuincó”, en el fondo, fue asimilada culturalmente muy rápido. Incluso cuando yo era niña el lugar de la ceremonia del guillatún se transformó en un vertedero de basura de Traiguén. Estaba al medio de la comunidad, imagínate un espacio sagrado lleno de basura y los niños recogíamos los desechos. Fue terrible, trabajábamos mucho pero la pobreza era muy grande.
—A pesar de eso sus recuerdos de infancia son hermosos
—Claro, porque éramos una familia grande y vivíamos como 14 personas (entre tíos y primos). Más encima llegaba gente a quedarse porque habían perdido sus tierras y sus hogares. Mi casa siempre estaba abierta. Ahora mis padres siguen viviendo juntos en Traiguén.
—Por eso se ha embarcado en esta cruzada por la lengua
—Claro, particularmente una cruzada por la educación de la lengua. Cuando joven trabajé mucho recopilando historias de vida, porque para la recuperación de tierras tuvimos que reconstruir la memoria.
—¿Cómo caracterizaría a su idioma?
—Desde el punto de vista cultural te permite hablar de una visión de mundo, donde el ser humano está hermanado con la naturaleza. O sea, nosotros estamos unidos a los cerros, nuestros nombres están hermanados con los animales, con las aves: eso es nuestra identidad.
—¿Busca protegerlo con este proyecto de ley de derechos lingüísticos?
—Sí, el proyecto plantea que sean reconocidas como preexistentes y oficializadas. También propone la creación de un instituto de lenguas indígenas que elabore políticas para que en el país convivan con el español. Esta coexistencia tendría que ser a nivel de espacios públicos, no solo en la escuela, también en la institucionalidad y en los medios de comunicación. Se plantea el derecho de todo niño indígena a aprender su idioma, porque se ha definido que es un derecho humano fundamental, nosotros somos humanos porque tenemos lenguaje. Sin eso nos silencian como cultura, entonces el planteamiento es profundamente humano y la política todavía no llega a ese nivel.
—¿Por qué no ha avanzado este proyecto?
—Lo que ha pasado es que la reforma educativa no considera ni las lenguas ni los pueblos indígenas. Los proyectos de perfeccionamiento docente tampoco los mencionan. La ley de inclusión habla de diversidad, pero no se refiere al idioma ni a los derechos de los pueblos. Todas estas ordenanzas que están saliendo debieran decir expresamente que asumen la educación intercultural bilingüe como modalidad educativa para legislar en función de seguir desarrollando ese planteamiento, pero no lo dicen.
—¿En sus clases trata precisamente de rescatar el lenguaje y la cultura perdida?
—Sí. Aprendemos lo básico y también nos conectamos con oraciones, cantos y bailes. Por ejemplo, los llevo a la ruca que queda en La Pintana y allá tienen que hablar mapudungun, presentarse, van a una ceremonia, comparten alimentos. Entonces todo lo que aprenden en el año tienen que aplicarlo y hay que generar espacios de uso funcional y práctico.
—¿Cuál es la palabra que más le gusta?
—Ahora estamos haciendo en la universidad un programa que se llama mapudugufe, que significa hablante de mapudungun, y me volé con la palabra porque es lo que más necesitamos. Mientras más gente lo hable, mejor.
Lea la entrevista publicada por Revista Universitaria n°140.
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