Revista Universitaria repasa el legado de Tomás Vidiella
De alguna manera cumplió su deseo de morir en el teatro, que era su pasión y su razón de ser, sostiene el académico de la Escuela de Teatro UC, Ramón López, en esta semblanza escrita para el impreso y que reproducimos, íntegramente, aquí.
Desde sus inicios en los años 70, al concluir sus estudios de Teatro en la Universidad de Chile, donde fue contemporáneo de Alejandro Sieveking, Lucho Barahona y Víctor Jara, entre otros nombres importantes de la nueva escena chilena, su inquietud creativa lo hizo buscar nuevas sendas, apartándose de los confortables y formales teatros institucionales. Necesitaba probar y explorar nuevos lenguajes y públicos con los cuales pudiese estar en contacto vivo y directo en un espacio de intimidad.
De alguna manera, Tomás fue el precursor del café concert en nuestro país, el cual se inició en el segundo piso del Nahuel Jazz Club, en Agustinas, al llegar al cerro Santa Lucía. Debido al éxito, se trasladó al que será su primer teatro, El Túnel, el que habilitó en una casona en calle Merced con Lastarria, ayudado por su cuñado, el arquitecto Eduardo Sáenz, quien lo asistió siempre en el desafío de fundar sus nuevas salas de teatro. Se inició una etapa de teatro alternativo de bolsillo, donde estrena Agamos el amor, de Edmundo Villarroel, en 1971; Las sirvientas, de Jean Genet, en 1972, obra transgresora en la que junto a Alejandro Cohen interpretan a las dos criadas enfrentadas a la “Señora”, encarnada por Pina Brandt. Luego, entre 1974 y 1975, Balada de medio pelo y La casa de los siete espejos, de Isabel Allende, quien a su vez se iniciaba en sus primeros pasos literarios.
"De alguna manera, Tomás fue el precursor del café concert en nuestro país, el cual se inició en el segundo piso del Nahuel Jazz Club, en Agustinas, al llegar al cerro Santa Lucía" - Ramón López, académico de la Escuela de Teatro UC.
En 1976, con el objetivo de ampliar su audiencia, se lanzó en su primera gran empresa y arrendó el abandonado Cine Hollywood de la calle Irarrázaval, transformándolo en un luminoso teatro, el que además tenía un bar en el cual se podía permanecer finalizadas las funciones. De alguna manera, se transformó en un recinto que descomprimía a una bohemia ahogada durante los primeros años de la dictadura. En ese espacio, estrenó las exitosas obras Cabaret Bijoux, de Zemma y Pineda, y Fausto Shock, de Jaime Silva y Luis Advis, atrevidas y fastuosas comedias musicales de grandes elencos que, entre otros temas, ponen en escena a personajes travestis o transexuales,permaneciendo en cartelera por mucho tiempo y con las cuales realiza giras en Chile y Buenos Aires.
En 1978, se arriesgó con el montaje de La ópera de tres centavos, de Bertold Brecht, obra musical paradigmática de fuerte contenido social. Gran producción, también con un numeroso elenco, pero que por distintas vicisitudes, no logró ser un éxito y tuvo encontradas críticas transformándose en el primer golpe al impulso y entusiasmo que ponía en sus proyectos.
Quizás una condición que no consideró fue que ese mismo año se lanzaba la primera Teletón en Chile y, además, se jugaba el mundial de fútbol de Argentina. Eran factores que desviaban la atención del momento. De esa experiencia ingrata sacó nuevas energías y, en 1980, se arriesgó emigrando al anfiteatro Lo Castillo, donde estrenó Los Chinos, de Murray Schisgal, recuperando su posición exitosa.
Animado con los nuevos logros, se lanzó en una de sus más importantes iniciativas: la fundación de un nuevo teatro en el barrio Bellavista. Es así como con actitud visionaria adquirió y se instaló en una vieja casa, la que transformó en dos salas, siempre apoyado por su cuñado en la remodelación, logrando crear un lugar emblemático que dio impulso a una movida naciente de ese sector, al lado norte del río Mapocho. Desde 1983, y por veinte años, se sucedieron grandes producciones y éxitos entre los cuales se pueden destacar: La profesión de la señora Warren, de Bernard Shaw, La muerte de un vendedor viajero, de Arthur Miller, El avaro, de Molière, Los chicos de la fiesta, de Mart Crowley, Quién le tiene miedo al lobo, de Edward Albee.
Talento y versatilidad
Tomás Vidiella no solo fue un gran gestor, empresario, productor y director. Demostró un tremendo talento y versatilidad en los múltiples personajes que encarnó. Si hay algo que lo caracterizaba fue su arrojo y valentía en abordar los proyectos. Siempre estuvo dispuesto a acoger a jóvenes actores y directores, ya sea como parte de sus elencos o simplemente recibirlos con sus propuestas dándole un espacio y oportunidad de visibilización en las temporadas de su teatro. Tenía un olfato especial en detectar talento y posibles éxitos.
Desde sus inicios y durante todo el tiempo que trabajó en las diversas instancias teatrales, su hermana Eliana fue su incansable compañera y un respaldo permanente en los distintos desafíos, acompañándolo en la organización y administración de los proyectos y también como actriz sobre el escenario.
Tuve la suerte de conocerlo en los años setenta y de compartir su amistad, además de participar en múltiples montajes ya sea como diseñador, fotógrafo de sus producciones o director escénico.
Debo reconocer que cuando montamos El vestidor, de Ronald Harwood, en el Teatro de la Universidad Católica, en 1998, obra con un prestigioso elenco y que obtuvo muchos premios, su actitud generosa y siempre dispuesta me ayudó a llevar adelante el proyecto como incipiente director inexperto, sin sentir la sombra de su vasta experiencia. Estaba feliz de ser guiado y de trabajar después de tanto tiempo en un teatro que no dependiera de él como productor.
Otro de sus grandes éxitos como actor dramático fue el personaje de Jamie Tyrone en Largo viaje del día hacia la noche, de Eugene O’Neill, montada por el Teatro UC en 2001, papel por el cual obtuvo muchos premios. Y así, durante las últimas dos décadas, siguió impulsando proyectos memorables, como su montaje Agosto, de Tracy Letts, en el Teatro Municipal de Las Condes en 2016, o su destacada participación en Viejos de mierda, de Vadell y Bastidas en el Teatro San Ginés, en 2016.
Su último proyecto fue Orquesta de señoritas, de Jean Anouilh, en el Teatro Oriente, en marzo de 2021. Ya sabemos el lamentable desenlace que tuvo y que no solo nos hizo perder a un destacado actor lleno de vida y de proyectos por hacer, sino que asestó un golpe mortal al esfuerzo que estaba haciendo el teatro chileno para recuperarse.
Así como tuvo una extensa y destacada trayectoria sobre el escenario, también desarrolló una vasta labor en cine y televisión, la que se inició en la década de los años 60 con su participación en las fotonovelas nacionales.
Su última película fue La memoria de mi padre, de Rodrigo Bacigalupe, en 2017.
El vértigo de Tomás
Tomás era uno de esos actores que disfrutaba con cualquier rol o responsabilidad teatral. No sé con qué gozaba más, si con los personajes de comedia o con los profundamente dramáticos. Era capaz de transformarse desde la travesti Lulú, pasando por Harpagón hasta Willy Loman. Pero, además de su talento histriónico, también tenía un profundo sentido estético y podía resolver problemas de vestuario o escenografía con gran oficio y humildad. Quizás en eso encarnaba su admiración de niño por el circo y lo multifacético de sus aptitudes.
Representa una generación de animales del teatro, de los que quedan ya muy pocos.
De alguna manera cumplió su deseo de morir en el teatro, que era su pasión y su razón de ser. Nació para eso, renunció a muchas cosas y se dedicó en cuerpo y alma, día y noche a ello. Fue indiscutible su energía, capacidad y virtuosismo para llevar adelante empresas titánicas en las que tuvo éxitos indiscutibles y fracasos estrepitosos, de los cuales pudo recuperarse rápidamente.
"Tomás era uno de esos actores que disfrutaba con cualquier rol o responsabilidad teatral. No sé con qué gozaba más, si con los personajes de comedia o con los profundamente dramáticos" - Ramón López, académico de la Escuela de Teatro UC.
Siempre decía que prefería morir trabajando que morir de aburrimiento. “Yo salto al vacío no más y no sé con qué es lo que me voy a encontrar”, dijo en una entrevista reciente. El vértigo del riesgo le fascinaba, fue un luchador incansable, gran apostador y desafiante del peligro, siempre poniendo la cara y protegiendo a su equipo. Tuvo la capacidad y el coraje de consumirse en una épica del encuentro con el público que, en definitiva, fue el que siempre lo premió.
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