Mauricio Cortés, fascinado por la voz
El profesor del Instituto de Música y de la recién estrenada carrera de Fonoaudiología combina la experiencia profesional adquirida como cantante, director coral y terapeuta y se enfrenta, con una mirada integral y experta, a los misterios de este órgano inmaterial del cuerpo humano
Mauricio Cortés (58) – fonoaudiólogo, académico y director coral— fue intrigado por el fenómeno de la voz, el instrumento musical más perfecto, sin siquiera darse cuenta. Su padre tuvo que ver con eso. Cantante de ópera aficionado con excelentes condiciones, era un artista nato, aunque se desempeñaba como administrativo. Su influencia fue definitiva. Cómo sustraerse, si inundaba la casa con música y transformaba los argumentos de las grandes tragedias de Puccini en cuentos infantiles.
Esas inquietudes que él sembró encontraron un campo fértil en su paso por el colegio. Mauricio les “sacó el jugo” a sus profesores de música preguntando, aprendiendo teoría y cantando en el coro. En esa etapa de su vida conoció a la segunda figura capital que lo llevó a comprender que tenía que estudiar música en forma profesional: el maestro Mario Baeza. El impulsor de la disciplina coral en Chile lo impresionó por el amor que transmitía por la música, a la que concebía como una condición vital, una necesidad de la vida.
Impresionado por este gurú carismático y consciente de que se formaría como cantante y músico, sentía que faltaba algo, que había un enigma no resuelto: “¿qué pasa con el fenómeno vocal?, ¿es sólo una forma artística mágica o algo más?”, se preguntaba en 1975. Entonces, buscó las respuestas en una carrera nueva de la Universidad de Chile: Fonoaudiología, donde comprendió cómo funcionaba la voz. Tres años más tarde entró al conservatorio de esa misma casa de estudios para estudiar canto en forma paralela. En 1980, su talento lo llevó a las “Semanas Musicales” de Frutillar, evento que reunía lo más selecto de la escena nacional y que lo hizo visible para su tercer mentor: Guido Minoletti, quien lo trajo a la UC.
El destacado director coral tenía la misión de fundar el Coro de Cámara, el primero de la universidad, que este año cumple 35. Debía ser un grupo de excelencia, por eso llamó a Mauricio, quien no sólo cantaba, sino que sabía cómo hacer instrucción vocal. Al aceptar el desafío del maestro se transformó en jefe de cuerdas, responsable de enseñar a los tenores la música y cómo cantarla. Es el miembro más antiguo, y sigue siendo parte de su historia desde el sitial de director, que ocupa hace quince años.
Esa fue su puerta de entrada a la UC. Tras titularse como fonoaudiólogo, desarrollaría su carrera a su alero. Prosiguió ahí con sus estudios de canto, se transformó en académico del IMUC, tuvo una consulta y una trayectoria como tenor solista, hizo clases en otras universidades y trabajó como terapeuta en colegios. Prestó asesorías como experto en voz artística, hablada y cantada. Además, fue parte del grupo que propuso que se creara la carrera de Fonoaudiología.
Como tiene que atender varios de esos frentes, sus jornadas empiezan a las 8 y terminan a las 22 horas. Es por el entusiasmo, que lo ha llevado a adquirir, a veces, más compromisos de los que les gustarían a su esposa y sus tres hijos. Inquieto, versátil y trabajador, está intentando bajar su ritmo, pero aún no es capaz de señalar una actividad como favorita. “Me fascinan todas”, dice, aunque igual reconoce la dirección coral como lo más intenso. “Si yo estudio una partitura para dirigirla es un ejercicio racional, pero en el momento que la interpreto no es eso. Me ha pasado muchas veces que dirigiendo me emociono y no puedo evitarlo. Trato de manejarlo porque no puedes perder el control de la dirección. Entonces es mejor la sensación, porque es una emoción fuerte que tú controlas, es más satisfactorio”, sentencia.
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Constanza Flores L., cmflores@uc.cl