Personas mayores en Chile: La realidad que la pandemia dejó al descubierto
La pandemia por Covid-19 visibilizó uno de los grupos de la población que suelen estar más postergados: las personas mayores. ¿Qué sabemos de ellas? ¿Cuáles son sus necesidades? y ¿cómo nos hacemos cargo de este tema como sociedad? Problemáticas económicas, pero también culturales y la necesidad de sentirse parte, son algunas de las variables de esta realidad.
Cada vez son más las personas en Chile -y en el mundo- que extienden su vida laboral más allá de la edad legal de jubilación. ¿Quiénes son estas personas? ¿De qué manera sus historias de vida inciden en la decisión de dejar de trabajar o continuar en el mercado laboral?
Una investigacion de los académicos del Instituto de Sociología y del Departamento de Salud Pública de la Facultad de Medicina, Andrés Biehl e Ignacio Madero Cabib, indaga precisamente en este tema, mostrando algunas tendencias y determinantes: cómo sus trayectorias laborales y familiares inciden en la decisión de dejar, o no, el mercado laboral.
El estudio -realizado en el marco del proyecto Fondecyt Nº 11180360 sobre vulnerabilidad financiera y de salud en personas mayores-, reconstruyó las historias de vida de 802 personas entre 65 y 75 años residentes en Santiago. Esto, mediante encuestas retrospectivas que indagaron en trayectorias educativas, laborales y familiares; adversidades que enfrentaron en etapas tempranas de vida y comportamientos riesgosos para la salud durante la vida, entre otros.
La investigación arrojó que un 44,8% de las personas no extendió su vida laboral, mientras un 55,2% continuó trabajando tras cumplir la edad legal para jubilar. De ellas, el 28,1% lo hizo de manera dependiente y el 27% independiente. La mayoría opta por combinar ingresos por pensión y por actividad laboral. Solo 6,1% de los encuestados continúa trabajando después de la edad legal de jubilación sin pensionarse.
Actualmente, la edad legal de jubilación es de 60 años para las mujeres y 65 para los hombres, aunque, como aclara Ignacio Madero-Cabib, esta “no es obligatoria en Chile, la política de retiro es muy flexible”. Pero las historias laborales y familiares de las personas determinan si continúan trabajando en edades tardías y en qué condiciones.
Entre quienes dejan de trabajar, el estudio distingue dos grupos: por una parte están quienes durante su vida tuvieron empleos formales y vivieron con su pareja e hijos, y que al final de su vida es más probable que tengan una pensión; generalmente se trata de hombres.
Un segundo grupo está conformado por quienes a lo largo de su vida estuvieron períodos prolongados fuera del mercado laboral o trabajaron pocos años, y simultáneamente vivieron con hijos toda su vida: es más probable que estas personas no trabajen en edades tardías. Aquí generalmente se trata de mujeres.
Por otro lado, entre quienes deciden continuar trabajando, están las personas que lo hicieron en forma continua durante su adultez, pero en empleos informales, quienes son más susceptibles a estar parcialmente jubilados -es decir, estar pensionado y recibir un ingreso laboral- sobre todo si están viviendo con hijos adultos en el mismo hogar.
Ignacio Madero-Cabib destaca que son los hombres quienes en su mayoría extienden su vida laboral. “En Chile estamos entre los países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) en que más personas están activas, más allá de la edad de jubilación, sin incentivos de por medio para hacerlo”, aclara.
La necesidad de sentirse parte
Una de las principales razones por la que las personas continúan trabajando es económica. Simplemente, las pensiones no alcanzan para vivir.
Pero el estudio revela otro aspecto interesante: entre quienes continúan trabajando más allá de la edad legal de jubilación, también hay personas con mayor educación, saludables, con trayectorias laborales continuas y formales y, en consecuencia, con mejores ingresos. Esto habla de una razón más profunda.
"El trabajo genera un sentido de pertenencia, sentirse parte… y también opera como una fuente de redes de apoyo. Continuar trabajando en general tiene efectos positivos para la salud -dependiendo del tipo de empleo por supuesto-", afirma el investigador.
Pero hay que tener presente que las condiciones no pueden ser las mismas que para los más jóvenes. “El empleo en etapas tardías exige condiciones diferentes de horarios, transporte, movilidad y remuneraciones, para que logre tener un impacto positivo y no se transforme una fuente de estrés, que termine deteriorando la salud física y mental de las personas mayores”, aclara.
Otro aspecto que hay que tener en cuenta, es que se trata de un grupo muy diverso y heterogéneo. “Muchos adultos mayores se cuidan a sí mismos, son autovalentes e independientes”, comenta Andrés Biehl, también autor del estudio. Sin embargo, “los tendemos a infantilizar, han ido perdiendo responsabilidades en la sociedad”, añade.
“El trabajo genera un sentido de pertenencia, sentirse parte… y también opera como una fuente de redes de apoyo" - Ignacio Madero Cabib, académico Instituto de Sociología UC.
Lo anterior es reflejo de lo que se denomina “edadismo”, es decir, "los estereotipos, prejuicios y la discriminación contra las personas debido a su edad", de acuerdo a la definición de la Organización Mundial de la Salud, OMS.
Como afirma la académica de Sociología Beatriz Fernández: “Aún hay en nuestro país cierta estereotipación de la vejez, tenemos un rechazo a convertirnos en mayores y una mirada paternalista”.
Películas chilenas recientes como “La once” o “El agente topo” han ayudado a visibilizar el tema y muestra precisamente los estereotipos y prejucios que existen, y también esta tendencia a infantilizar a las personas mayores.
Reflejo de esto son las severas medidas de confinamiento que han vivido las personas mayores durante la pandemia. “Los vemos como dependientes, frágiles, que requieren ayuda, pero son personas autónomas, que pueden tomar sus propias decisiones”, agrega la también investigadora del Centro de Estudios de la Vejez y el Envejecimiento, CEVE UC, y el Instituto Milenio para la Investigación del Cuidado, MICARE.
En suma, la vejez tiene “mala imagen”. Sin embargo, en Chile, la población mayor dependiente es de apenas el 14%, mientras que los adultos mayores que viven de manera independiente corresponden al 85%, de acuerdo a la misma experta.
“No hay que tomarlas como personas pasivas, sino potenciar la agencia de sí mismas y aprender de su experiencia”, dice Andrés Biehl, y agrega que se trata de un problema multidimensional, por lo que como sociedad debemos adoptar medias que “ataquen distintos flancos al mismo tiempo: por ejemplo, cómo hacer una ciudad más amigable para los adultos mayores, un transporte más accesible, velocidades más lentas, instrucciones simplificadas…”
“Aún hay en nuestro país cierta estereotipación de la vejez, tenemos un rechazo a convertirnos en mayores y una mirada paternalista” - Beatriz Fernández, académica del Instituto de Sociología UC.
Inequidad hacia las mujeres
Tradicionalmente el rol que la sociedad le asigna a las mujeres es el del cuidado: de los hijos, los padres y luego, los nietos. “Aquí se produce una vulnerabilidad acumulada”, explica la académica.
Estas labores no remuneradas y trabajos informales, sumados muchas veces a un menor acceso a la educación, hacen que las mujeres queden en una situación de mayor precariedad.
De acuerdo a la experta, es necesario avanzar culturalmente para generar espacios de corresponsabilidad y estas labores no recaigan exclusivamente en las mujeres. El académico Andrés Biehl añade que, además como sociedad, debemos generar los mecanismos para compensar estas tareas de cuidado.
Conecta mayor
Otros aspectos que ha visibilizado la pandemia es la necesidad de las personas mayores de contar con una red de apoyo y por otra, que la tecnología se ha convertido en una barrera para ellas.
De ahí que la Fundación Conecta Mayor UC, creada en 2020, busca precisamente conectar a las personas mayores a través de la tecnología. Hasta la fecha, se han entregado alrededor de 60 mil dispositivos -similares a un smartphone-, que les permite estar en contacto con su familia o personas cercanas, servicios locales, y una central de información y acompañamiento las 24 horas. Además de más de 120 mil kits de alimentos e insumos de aseo.
“La pandemia ha forzado a un número importante de adultos mayores a subirse al carro de la tecnología y disminuir la brecha digital. Por ejemplo, las videollamadas con sus nietos e hijos les permite sentirse más conectados”, explica Beatriz Fernández.
Aunque la académica aclara que sentirse menos aislado no es lo mismo que sentirse menos solo. “La sensación de soledad es más profunda. Aquí entren en juego otros elementos, como la necesidad de tener lazos significativos y sentirse parte, tanto a nivel familiar y comunitario, como del país”, afirma.
Finalmente, el desafío por una parte tiene que ver con un cambio cultural, de cambiar la mirada que tenemos de la vejez, de darle “más cabida” a las personas mayores en la sociedad. Y por otra, con generar programas y políticas públicas a largo plazo, que se hagan cargo de los adultos mayores actuales y también del "curso de vida", que permitan que las nuevas generaciones tengan una mejor vejez.