Columna del rector. San Alberto Hurtado: la huella de su paso por la Universidad Católica
Como estudiante, se involucró intensamente en la vida universitaria, participó en el centro de alumnos de la Facultad de Derecho y, ya en esos años, manifestó su preocupación por los más pobres, organizando un consultorio jurídico para obreros y abordando en sus memorias de grado temas de interés social. Su vida universitaria no fue un obstáculo en su seguimiento de Cristo y su camino a la santidad. “Fue un lugar privilegiado para entregarse al Señor y servir a los hombres”, precisa el rector.
El rector Ignacio Sánchez escribió una columna el pasado 31 de agosto en el diario La Segunda en la que aborda el legado de San Alberto Hurtado en la Universidad Católica, como estudiante, como profesor, y como paciente en el Hospital Clínico.
“Recientemente celebramos cien años desde que San Alberto Hurtado ingresó a estudiar Derecho en nuestra universidad. Fue la ocasión propicia para poner al Salón de Honor el nombre de nuestro más destacado alumno y profesor”, apunta Sánchez. Dice que en su estrecha vinculación a la UC se pueden distinguir cuatro momentos: sus años como estudiante de Derecho; su colaboración para la fundación de la Facultad de Teología; sus años de ministerio sacerdotal en Chile y su actividad como profesor en varias facultades, y su último testimonio, su enfermedad y muerte. Como estudiante, señala, San Alberto se involucró intensamente en la vida universitaria, participó en el centro de alumnos y, ya en esos años, manifestó su preocupación por los más pobres, organizando un consultorio jurídico para obreros y abordando en sus memorias de grado temas de interés social. Posteriormente, durante sus estudios en Lovaina, recibió el encargo de buscar profesores y colaborar en la formación de una biblioteca para la nueva Facultad de Teología. “Lo hizo motivado por su convicción de la necesidad de la formación teológica para poder evangelizar y realizar un ‘apostolado intelectual’, afirma.
Tras su retorno a Chile comenzó a hacer clases en varias facultades. Pero su tarea educativa no se limitaba a las clases formales, precisa el rector. Una de sus labores decisivas fue la predicación de retiros espirituales, de los que se conservan algunos apuntes originales. Su último testimonio fue su enfermedad y muerte, período que vivió en el Hospital Clínico UC. “Con alegría, esperanza y entereza recibía los diagnósticos”, sostiene. Frente a la muerte se revela la profundidad del hombre y se manifiesta la grandeza de Dios. Vivió su vida “como un disparo a la eternidad”, y ésta fue su última lección en nuestra institución, dice.
Su vida universitaria no fue un obstáculo en su seguimiento de Cristo y su camino a la santidad, señala Ignacio Sánchez. “Fue un lugar privilegiado para entregarse al Señor y servir a los hombres”, precisa. Y ante el problema social tan acuciante en aquella época, también reveló su aprecio por el estudio y el lugar de la universidad: “La caridad del universitario debe ser primariamente social: esa mirada al bien común. Hay obras individuales que cualquiera puede hacer por él, pero nadie puede reemplazarlo en su misión de transformación social”. “Sus enseñanzas y su pregunta recurrente, ¿qué haría Cristo en mi lugar?, hoy resuenan con mayor fuerza”, concluye el rector.
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