El dolor, la resiliencia y la importancia de la fe en Dios
La pérdida de un ser querido es una experiencia extraordinariamente dolorosa, que deja una marca imborrable en nuestras almas. La experimenté en forma personal con la muerte de quien fue mi esposa por casi cuarenta años, lo que significó un golpe devastador no sólo para mí, sino para todos quienes la amamos y admiramos. Su legado trascendió su vida personal, abriendo paso a la paridad en el mundo empresarial y dejando una huella imborrable en la historia de nuestra familia, la que quedó plasmada en el libro "La vida golpea (a veces demasiado) fuerte". Su partida no solo fue la pérdida de una persona querida, sino también el comienzo de un proceso de duelo y búsqueda de sentido en medio de la oscuridad. En este proceso, la fe se convierte en un faro que ilumina el camino hacia la aceptación y la paz interior, ayudándonos a encontrar significado en medio de la pérdida. Aquí es donde la conexión con Dios adquiere una dimensión especial, de afirmación de la vida y de la creencia en un amor que perdura más allá de la separación física.
Uno de los pasajes más conmovedores del libro es la esperanza que compartíamos de ver a nuestra hija recuperarse de un trágico incidente. Nuestra hija, la mayor de cuatro hermanos, sufrió una trombosis que bloqueó sus pulmones y le provocó múltiples paros cardíacos, resultando con un daño cerebral severo y la pérdida de su segundo bebé. La búsqueda de ayuda y un milagro se convirtieron en una lucha desesperada que, lamentablemente, mi esposa no pudo continuar… murió de pena, por no encontrar algún tratamiento que ayude en la recuperación de nuestra hija.
Ante situaciones muy dolorosas, como la pérdida de un ser querido, nos preguntamos una y otra vez, ¿por qué a mí? Esta pregunta es un eco que resuena en el corazón de todos los que hemos enfrentado pérdidas y tragedias. No hay respuestas fáciles, pero la reflexión y la búsqueda de significado pueden ayudar en este proceso. No podemos cambiar el pasado, no podemos encontrar culpables, pero podemos aprender de estas experiencias y encontrar la felicidad en el trayecto o el camino, y no solo al final del camino o cuando se alcanza una meta.
Incluso en medio de la oscuridad más profunda, la vida sigue su curso. Debemos valorar cada momento, no dejar pasar la oportunidad de abrazar a nuestros seres queridos y, desde lo alto, encontrar la fuerza para enfrentar los desafíos más difíciles. En una sociedad a menudo anestesiada por la rutina y la indiferencia, estamos llamados a despertar y a ser conscientes de las batallas que cada persona lleva consigo. (...)
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