La Cuaresma se ha vivido como un tiempo de preparación para la Pascua, que consiste en cuarenta días, marcados por el ayuno, la oración y la caridad. Es, en este tiempo, donde se evoca una imagen bíblica llena de significado, el desierto. Esta imagen recuerda los cuarenta años que anduvo el pueblo de Israel por el desierto, los cuarenta días que estuvo el mismo Jesús en el desierto y los cuarenta días que como Iglesia hemos de vivir en este desierto.
Pero ¿qué significa andar en este desierto? ¿Por qué dicha imagen debe ser significativa hoy más que nunca? Hoy, en las sociedades actuales que relativizan el impacto y hondura vital de los símbolos, narraciones y rituales, en favor de una vida acelerada y consumista, parece necesario hacer el ejercicio de redescubrir aquellos símbolos, narraciones y rituales de la fe cristiana en la
vida cotidiana. En este caso, el desierto evoca la idea de un lugar lleno de dificultades y obstáculos. No es un lugar de reposo y descanso; es un lugar de paso. El desierto en la Biblia es un lugar ambiguo, donde puede acontecer la salvación o la perdición, la vida o la muerte, e incluso el encuentro con Dios o con los demonios. En el fondo, es un lugar que brinda una experiencia de lo provisional y de tensiones en la vida.
El evangelio del primer domingo de Cuaresma recuerda aquel lugar desconcertante, en el debate que se da entre Jesús, enviado por el Espíritu, y la voz del diablo (Lc 4,1-13). Es, en el desierto, donde luchan Jesús y el diablo; en otras palabras, se pone en juego el seguimiento de la palabra de Dios o la búsqueda del beneficio propio. El desierto se vuelve un lugar de prueba en la propia vida creyente. En el Espíritu divino, encontramos vida en el desierto, pese a la hostilidad del lugar. Una imagen clara se encuentra en nuestro país: el desierto de Atacama muestra la vida en abundancia con los campos de flores que dan color al paisaje árido. La presencia de Dios es como aquella vida que brota en terreno árido. Por otro lado, al escuchar las palabras del demonio, encontramos espejismos, paisajes de oasis que dan esperanzas de vida, pero que sólo son ilusiones que traen, al final, desesperanza, resignación y muerte. (…)