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Una Reflexión Semanal

Fe y espiritualidad a través de las artes visuales


Foto de Claudia Campaña
Profesora Escuela de Arte
“Durante siglos, la gran mayoría no sabía leer ni escribir, lo que explica, en parte, por qué el arte –la imagen– sería fundamental en el proceso de evangelización".

Vincent van Gogh decía que “una buena imagen es equivalente a una buena acción” y, con relación a las artes visuales, el papa Francisco ha afirmado: “Es una vía maestra que permite acceder a la fe más que muchas palabras e ideas”. Durante siglos, la gran mayoría no sabía leer ni escribir, lo que explica, en parte, por qué el arte –la imagen– sería fundamental en el proceso de evangelización.

Es innegable que hay un estrecho vínculo entre arte, religión y espiritualidad. Considérese, por ejemplo, obras icónicas como los frisos del Partenón, “La Última Cena”, de Leonardo Da Vinci, el “Cristo de San Juan de la Cruz”, de Salvador Dalí, o, más recientemente, los monumentales lienzos abstractos de campos de colores de Mark Rothko, aquellos que él definía como “un refugio de intimidad y meditación”. Más aún, muchos artistas contemporáneos continúan incorporando a sus trabajos imágenes simbólicas y explorando, visualmente, temas relativos al espíritu, la trascendencia y la muerte.

La palabra «reflexión» (del latín reflexio) en física se refiere a la acción y efecto de reflejar luz; asimismo, es el resultado de examinar y considerar las cosas con detenimiento. ¿Cómo representar a Jesús, a la Virgen o a los santos?, se preguntaron los artistas siglos atrás. Pues, desde un principio, el brillo y el fulgor se vincularon a aspectos trascendentes.

San Juan señala lo dicho por Cristo: “Yo soy la luz del mundo”, añadiendo, “el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá luz de vida”. Esas frases son fundamentales para comprender buena parte del arte cristiano. Las imágenes debían, literalmente, “iluminar” a los fieles y protegerlos del mal; razón por la cual se privilegiaron los materiales claros y aquellos que fueran capaces de capturar y “emanar” luz –el oro, la plata, el marfil, el mármol blanco, las piedras preciosas y el vidrio, entre otros–, dando origen a lo que se denomina la estética de la luz. Considerando lo anterior, desde la Edad Media, los artistas han realizado imágenes y objetos con connotaciones simbólicas donde la divinidad, el bien y la pureza se “expresan” a través de la luz y, por el contrario, el mal mediante la oscuridad. Los interiores de los edificios dedicados al culto fueron dotados, por ejemplo, de una atmósfera coloreada –para ello se utilizaron mosaicos, vitrales, frescos y/o retablos– y el ingreso de la luz fue cuidadosamente estudiado. Procurar una experiencia sensorial que contribuyera a la percepción de un espacio sagrado y acompañara la oración era esencial. (...)


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