Hablar de vocación es hablar de un llamado al amor
Hablar de "vocación" es hablar del llamado que Dios hace a toda la humanidad a través de la doble ley del amor: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo» (Lc 10,27). En esa dirección se ordena la vocación personal de todo cristiano, y en ella se entienden tanto la vocación matrimonial como la vocación consagrada.
Al adentrarnos en la vocación a la vida consagrada, podemos contemplar que este llamado tiene una doble arista. La primera y nuclear tiene que ver con el significado de la palabra "consagrado". Cuando algo es "consagrado" significa que es sacado del uso cotidiano y reservado sólo para las cosas de Dios. Por ejemplo, cuando una copa es consagrada para recibir en ella la sangre de Cristo, luego no puede ser usada para tomar agua u otros líquidos, ya que ha sido "reservada" para un uso sagrado. Quien ha sido llamado a la vida consagrada, ha sido llamado a pertenecerle a Dios de manera exclusiva, en cuerpo y alma. Todo su ser, sus pensamientos, afectos, su tiempo, esfuerzos y tareas tienen como centro y finalidad el amar a Dios con todas las fuerzas de su ser.
La segunda arista del llamado a la vida consagrada está en las palabras de San Pablo: Ser todo para todos. Al ser propiedad exclusiva de Dios, la persona consagrada tiene la libertad en Cristo para hacerse todo para todos. Su familia es el pueblo de Dios; su preocupación principal son aquellas personas más alejadas de Su amor; y su tarea de vida es, a través de la entrega de la propia vida, la salvación de las almas. Quien ha sido llamado a la vida consagrada, sea tanto en la vida contemplativa como en la vida en medio del mundo, puede decir con
San Pablo: "Me hice todo para todos, para ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio" (1 Cor 9,22). (...)
Seguir leyendo "Una reflexión semanal" launch