La adopción: engendrar en el amor
¡Cómo se alegra el corazón con la llegada de un hijo! Si esperar es el signo de la vida humana, pues estamos constantemente en tensión por el advenimiento de algo o de alguien, nunca esa experiencia es más gozosa que cuando se trata de los hijos. Las palabras «padre», «madre», «hijo» o «hija», siendo las más elementales y simples en cualquier idioma, son, al mismo tiempo, de las más reales y significativas de nuestra existencia. Es que la filiación es uno de los dones más grandes de nuestra vida y la mayor fuerza movilizadora en el ser humano, y ello se aplica tanto a la biológica como a la adoptiva. ¡Qué revelador es el hecho de que sea esta la que nos une con Dios, después de la venida de Cristo! Por su acción redentora ya no somos deudores de la carne y la sangre, sino que, por el Espíritu, hijos adoptivos –como enseña repetidamente san Pablo (Rom 8,15; Gal 4,4-5; y Ef 1,3-6)–.
Llamamos «Padre» a Dios –como muestra santo Tomás de Aquino (Exposición sobre la oración dominical, El Padrenuestro)– por distintas razones: porque nos ha creado, porque nos gobierna con su Providencia y, más relevante todavía, porque nos ha adoptado. La filiación por la naturaleza ha sido perfeccionada por la de la gracia, pues por ella nos hacemos –como legítimos sucesores– beneficiarios de la vida eterna. Y esta verdad religiosa es ratificada por la experiencia humana, pues la filiación voluntaria hace heredero a quien ha sido elegido, no por fuerza o necesidad, sino por pura gratuidad.
El signo distintivo de toda auténtica paternidad o maternidad es siempre el don que se presenta en un doble movimiento. Por una parte, un hijo es un regalo que se recibe sin mérito alguno y, por otra, implica darse completamente a ese otro, sin más causa que él mismo. A veces, en la filiación biológica, por la fuerza de la costumbre, esta dimensión esencial se nos escapa y puede existir la tendencia a verla como algo propio del ámbito de lo debido. Sin embargo, quien es padre o madre adoptivo tiene, más que cualquiera, la conciencia de moverse en el campo de la ofrenda y de la entrega. (...)
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