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Una Reflexión Semanal

La alegría de la santidad que perdura


Foto de Carmelo Galioto
Profesor Facultad de Ciencias Religiosas, Universidad Católica del Maule
‘Contento, Señor contento’ solía decir San Alberto Hurtado. ¿Será entonces que la santidad cristiana sea una cuestión de alegría?

El momento actual y la vida cotidiana se han vuelto difíciles, complejos, incluso arduos. Mantener un sano equilibrio junto con la muy invocada salud mental constituyen ya un piso mínimo necesario y constantemente desafiado. No obstante, la invitación del Evangelio es no solo a vivir con equilibrio o con un genérico bienestar material, sino a vivir alegres: la santidad como camino de alegría. Así lo anuncia Jesús en las bienaventuranzas: Bienaventurados los pobres de espíritu, los humildes, incluso los que lloran (Mt, capítulo 5). La invitación a la santidad así entendida es recogida, meditada y ofrecida por el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate ("Gocen y exulten"). En esta carta, el Papa nos explica que no se trata de que se vayan las dificultades o que desaparezcan los momentos tristes y dolorosos: los santos cristianos a lo largo de los siglos así lo atestiguan. Ahora bien, ¿cuál es la motivación de esta alegría? La Biblia nos ofrece varias pistas. Una de estas es la siguiente:

"El Espíritu del Señor me ha enviado a predicar la buena nueva a los abatidos y sanar a los que tienen corazón quebrantado; para anunciar la libertad a los cautivos y la liberación a los encarcelados […] y para consolar a los tristes" (Isaías 61,2-5): la santidad depende de este anuncio desbordante, misterioso y fascinante. No se trata, por lo tanto, de un esfuerzo para responder a una serie de
ideas buenas y bonitas, sino de reconocerse en una relación única, personal y comunitaria con este anuncio, con el don de esta cercanía amorosa y cuidadora. En este anuncio se muestra la inmensidad del bien junto con la presencia misma de Dios en medio de nosotros, ambas reunidas para regalarnos la alegría del amor.

Pero, al igual que los apóstoles que vivieron grandes incertidumbres (también la persecución), hoy también vivimos nuevas desconfianzas entre unos y otros: la situación económica mundial y local, las problemáticas asociadas a la migración (en una sociedad individualista, como la nuestra), la polarización y la crisis social. Queremos pedirle al Espíritu Santo que nos llene de esperanza, para poder vivir el amor de Dios en nuestras tareas cotidianas y mirar con los ojos de Jesucristo el contexto en que estamos inmersos, en especial las vulnerabilidades por las que atraviesan muchas personas en nuestras ciudades y calles. (...)

 


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