La Sábana mide poco más de cuatro metros de largo por uno de ancho; es una tela de lino, como la usada en Judea hace muchísimos años para enterrar a los muertos. Se presenta como la mortaja aportada por José de Arimatea para envolver el cadáver de Jesús de Nazaret.
La tela, ligeramente chamuscada, muestra el cadáver de un hombre que ha sido flagelado, coronado con espinas y crucificado. Lo presenta en versión pectoral y dorsal, sin disimilitud alguna entre ambas versiones.
Esta sábana se venera desde el siglo XIV, primero en Lirey, Francia, y luego en Turín, donde se conserva hoy.
Pero ¿es efectivamente lo que pretende ser? Aunque su ausencia en los siglos anteriores indicaría que es una falsa reliquia, como tantas otras, existen múltiples antecedentes que la ubican en el siglo I, como la técnica del tejido, las monedas (leptones) que cierran sus ojos, etc. En todo caso, se ha podido comprobar su presencia a comienzos del siglo cuarto cuando, al cesar las persecuciones y, más aún, a partir de su
reconocimiento oficial, aparece la imagen de Jesús tal como la presenta la Sábana; está grabada en monedas, pintada en frescos, en libros e iconos bizantinos.
Por otra parte, sus características son únicas y tras ser sometida a diversos estudios científicos la conclusión siempre es la misma: es imposible hacer hoy una imagen como la que se presenta en la Sábana..
Pero lo más asombroso es la tortura que padeció ese hombre, según muestra la Sábana. (…)