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Una Reflexión Semanal

María, fuente inagotable de la esperanza cristiana


Foto de Alejandra Florenzano
Profesora Facultad de Medicina
"Nuestra Señora le dice: “Vaya a beber a la fuente y lávese”. Aunque no veía ninguna fuente, Bernadette escarba en el suelo de la Gruta y brota el agua que corre desde entonces en Lourdes, sanando a muchos enfermos. (Novena aparición, 25-II-1858)"

Los milagros corporales nos deslumbran y son un gran don de Dios que, desde las mismas curaciones realizadas por Cristo, son signos de que la espera del Salvador ya ha terminado. Asimismo, el mensaje de la Virgen en Lourdes es mucho más amplio que la curación del mal físico y se dirige más bien a la sanación del alma y la conversión de todos. Es en esencia un mensaje de esperanza. María nos invita a beber de la fuente que fluye desde su Corazón Inmaculado y del Corazón de Dios; a dejarnos lavar, por el agua cristalina de su gracia, de todo barro de miseria y pecado y a abrir nuestros ojos para recibir el secreto más evidente de la Redención: Dios salvó al mundo con su propio sufrimiento (ibid., cf. p. 283). María se nos ofrece así, como garantía de la esperanza cristiana, por haber creído al pie de la Cruz, pero también como como fuente viva, madre y educadora de dicha esperanza.

La esperanza es una pasión humana que nos dirige hacia un bien difícil de alcanzar (Santo Tomás Aquino).  En los tiempos de dificultad, como ha sido la pandemia, nuestra esperanza es desafiada al verse amenazada la vida, la salud, la vida familiar y tantos otros bienes humanos. Paradójicamente, estos períodos son también la mejor oportunidad de crecimiento en la esperanza, ya que es esta la que puede sostenernos en la etapa de desequilibrio, movilizándonos hacia ese bien fundamental que queremos proteger.

Ahora bien, la esperanza no es reductible a sus aspectos psicológicos. Aunque pertenece a nuestra afectividad, va más allá de esta, adentrándose en nuestro mundo espiritual y trascendente. Constituye la estructura nuclear desde la cual enfrentamos las pruebas; no corresponde solo al orden del sentir, sino al orden del ser, porque implica la constatación de nuestra fragilidad y, por otro lado, nuestra respuesta confiada como creaturas ante un ser infinito (Gabriel Marcel, Homo Viator). La esperanza cristiana, virtud que recibimos como don de Dios junto a la fe y la caridad, perfecciona nuestra tendencia a esperar de modo trascendente y definitivo, dirigiéndonos hacia Dios: “La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando «hasta el extremo», «hasta el total cumplimiento». (cf. Jn 13,1; 19,30)” (Spe Salvi, n. 27) (...)


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