Es cada vez más frecuente escuchar a algunos líderes y a un sector minoritario de la ciudadanía negarse a aceptar la evidencia científica, postura conocida como negacionismo científico.
Casos notorios son, entre otros, el rechazo a que el cambio climático sea principalmente producto de la actividad humana, la desestimación del efecto benéfico de las vacunas y la refutación de la validez de la teoría de la evolución. El negacionismo científico representa un peligro para la sociedad, para el diseño de políticas públicas, e incluso puede matar.
Ello es en parte observable en el rebrote de ciertas enfermedades infecciosas, y de forma más dramática cuando en un país africano más de 300.000 personas murieron prematuramente entre 2000 y 2005, porque un expresidente negó la evidencia benéfica del uso de drogas antirretrovirales para el VIH, y en su reemplazo recomendó como medicina consumir ajo, remolacha y jugo de limón. Por lo anterior, tenemos el desafío moral de enfrentar el negacionismo científico, para lo cual es necesario desarrollar estrategias para identificarlo y combatirlo. (...)
Para rebatir el negacionismo científico se debe reconocer que la formación de creencias negativas sobre la ciencia no es prioritariamente la falta de evidencia, sino la identidad o pertenencia a un grupo. El negacionismo científico busca posicionar las afirmaciones científicas solo como declaraciones ideológicas. Este carácter identitario del negacionismo científico induce a, primero, decidir en quién creer y, luego, en qué creer. (...)