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Una Reflexión Semanal

Nuestra historia en la Historia


Foto de Catalina Balmaceda
Profesora Instituto de Historia
"La idea de que nuestra insignificante y poco original historia se pierda en un mar inmenso lleno de otras pequeñas historias personales de poco valor nos podría llevar a un cierto pesimismo o, al menos, a preguntarnos por el sentido de la existencia humana".

Tantas veces nuestro día a día, con su rutina de deberes, trabajos y compromisos parece como si se nos viniera encima para aplastarnos… La realidad de nuestra vida personal puede parecer muy alejada de las grandes hazañas de personajes históricos que han triunfado en algún aspecto de la política, la ciencia o la cultura. Nuestra pequeña historia, en cambio, se compone de humildes esfuerzos diarios por lograr unas metas más o menos altas, como conseguir un incremento de salario que aumente el bienestar de los nuestros, alcanzar una determinada posición que nos otorgue mayor seguridad u obtener una pequeña mejora en las condiciones de la sociedad que ayude a algunos. 

Ya sea que trabajemos para algo que se perciba como grande y elevado, ya para algo que consideremos modesto y limitado, sabemos que, durante nuestro camino en la Tierra, el hilo de nuestra historia personal tejerá al final el tapiz de nuestra vida uniendo todo lo que hemos recibido –positivo o negativo– junto con todas las elecciones que hemos tomado –buenas o malas– con sus experiencias, triunfos y derrotas. Mientras transitamos por personales momentos de luz y oscuridad, nuestra pequeña historia se va volviendo así única e irrepetible, aunque a la vez somos conscientes de que la compartimos con todos los hombres y mujeres de todos los tiempos. La idea de que nuestra insignificante y poco original historia se pierda en un mar inmenso lleno de otras pequeñas historias personales de poco valor nos podría llevar a un cierto pesimismo o, al menos, a preguntarnos por el sentido de la existencia humana.

Pero la pregunta por el sentido de la vida tiene para los cristianos una respuesta muy concreta. Solo cuando somos capaces de leer nuestra historia personal –con sus luchas, desafíos y dificultades; con sus éxitos y fracasos– dentro de una narrativa más amplia, y la insertamos dentro del designio de Dios en su historia de la salvación, podemos aproximarnos a ese sentido y significado profundo de nuestras vidas que buscamos. "El Espíritu de Dios no sólo revela el sentido de la historia, sino que también da fuerza para colaborar en el proyecto divino que se realiza en ella. A la luz del Padre, del Hijo y del Espíritu, la historia deja de ser una sucesión de acontecimientos que se disuelven en el abismo de la muerte; se transforma en un terreno fecundado por la semilla de la eternidad" (San Juan Pablo II, 9 de febrero de 2000). (…)


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