Nuestros hermanos de pueblos originarios
Todo cristiano tiene la misión de anunciar el Reino de Dios dondequiera que se halle y bajo la forma que le sea inspirada por el Espíritu Santo. Nadie como el papa Francisco ha insistido tanto en esta condición de misionero que proviene del mandato de ir y anunciar la buena nueva a todas las naciones, entre las cuales se encuentran las naciones originarias de América.
En el Sínodo de la Amazonia se produjo el documento misional más reciente, en el cual se reiteran los grandes rasgos de la misionología católica: El respeto por la cultura ajena en todo aquello que sea hermoso y bueno, puesto que en todas ellas se esconden “semillas del Verbo”, una propuesta evangélica que puede insertarse vivamente en la cultura autóctona y que comienza con la posibilidad de invocar a Dios en lengua indígena, y la apertura al diálogo intercultural excluyendo cualquier forma de conversión forzosa o coactiva.
Durante su visita pastoral al Ecuador hace algunos años, el papa Francisco pidió «humildemente perdón», tanto por los crímenes contra los pueblos originarios que se cometieron durante la conquista de América como por las ofensas que pudo haber cometido la Iglesia. Evangelización y conquista estuvieron evidentemente entrelazados, y los misioneros no siempre lograron defender los derechos indígenas con suficiente eficacia, a pesar de los esfuerzos heroicos de algunos. Sin embargo, la evangelización está llena de testimonios en que los misioneros se pusieron del lado indígena cuando fueron injustamente tratados. El Evangelio que anunciamos es un Evangelio de la vida que nunca se ha podido predicar fructíferamente en un ambiente de explotación e injusticia. ¿Cómo podría un Dios bueno y santo presentarse a través de una mano que oprime? (...)
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