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Una Reflexión Semanal

Primavera. Vida nueva, certeza y esperanza


Foto de Juan Francisco Pinilla
Profesor Facultad de Teología
"Nuestro país celebra su día nacional en la época en que todo florece. La fiesta se hace protagonista y desplaza todas las preocupaciones, los resultados y la productividad. Estar y ser con otros en una comunión que nos regala pertenencia, ser un pueblo en la diversidad".

Las tempraneras y hermosas flores de un almendro abrieron los ojos de Jeremías, para confirmarlo en su dura misión profética (Jr 1,11). Esas flores eran el anuncio de una certeza. Los tiernos brotes de una rama, hasta hace poco aparentemente seca, hacían de parábola natural del cumplimiento de la Palabra de Dios. Las frágiles flores mostraban la victoria de la vida sobre la muerte, la invencible fidelidad del Dios de la vida. Y, ciertamente, la primavera es un prodigio de la vida oculta, aunque todavía promesa del fruto maduro del verano. Nuestro país celebra su día nacional en la época en que todo florece. La fiesta se hace protagonista y desplaza todas las preocupaciones, los resultados y la productividad. Tampoco faltan los excesos. Pero la fiesta expresa la gratuidad de la existencia. Estar y ser con otros en una comunión que nos regala pertenencia, ser un pueblo en la diversidad. Pero la fiesta, como la flor, alude a una certeza. La fiesta es alegría sin fronteras ni condiciones. En la Biblia, la misma plenitud del Reino de Dios se presenta bajo la figura de un gran banquete. Jesús dio inicio a sus signos con el abundante vino de una fiesta de bodas. Y los Apóstoles se consagraron al anuncio de la alegre noticia (evangelio) de la salvación en Cristo. Toda la evangelización tiene carácter festivo, alegre. La eucaristía es la fiesta de bodas del Cordero inmolado y vivo.

Esta dimensión festiva es el alma de la liturgia y de la vida cristiana, aunque se vive todavía de manera imperfecta, como promesa del verano eterno y sus frutos. "Pero ¿cómo no ver a la vez que la alegría es siempre imperfecta, frágil, quebradiza? Por una extraña paradoja, la misma conciencia de lo que constituye, más allá de todos los placeres transitorios, la verdadera
felicidad, incluye también la certeza de que no hay dicha perfecta" (Pablo VI, Gaudete in Domino, n. 7-8, 1975). (...)

 

 


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