"Si conocieras el don de Dios", Jn 4,10
La inmediatez de nuestra época ha generado diversos efectos en la vida humana y en consecuencia también en la vida cristiana. Como en todo tiempo, la experiencia de la fe eclesialmente vivida exige buscar nuevos caminos que actualicen con fidelidad el depósito recibido. Un ejemplo de esto son los sacramentos; en efecto, hoy es común encontrar en nuestras comunidades hombres y mujeres que piden vida sacramental, en razón de alguna necesidad particular y con cierta premura y poca dedicación, relevando en ocasiones la celebración del evento por sobre el sacramento mismo. La solicitud llega más por la fuerza de la costumbre que por una opción particular y fundamental que anime el sentido de la fe.
Pareciera que el cristiano no fuera consciente del Don que a través de los sacramentos se entrega, y la necesaria reflexión requerida para tomar conciencia del Don recibido, que termina a veces en una experiencia mágica que se diluye en la materialidad de la época presente, o en el mejor de los casos en algo que hay que conseguir a toda costa, al menor esfuerzo, y con la mayor rapidez.
La vida cristiana, y en consecuencia la vida sacramental, es, antes que todo, un modo de pensar y de situarse. Nuestra manera de existir, y de encontrarnos en medio del mundo, mira la realidad no como una cosa sino como una relación, y a su vez toda relación humana supone un modo simbólico de reconocerse: un beso, un abrazo, un apretón de manos, una caricia, una sonrisa, un gesto… son expresiones humanas que refrescan lo simbólico, y que expresan en la pobreza del signo un acontecimiento infinitamente mayor. Es la manera de entendernos y sabernos significativos para nuestro entorno. (...)
Seguir leyendo "Una reflexión semanal" launch