24 marzo 2025
Una investigación liderada por el profesor de la Escuela de Ingeniería e investigador de CIGIDEN, Cristián Escauriaza, da cuenta que tanto la topografía del lugar, como la acumulación de sedimentos provenientes de relaves mineros, fueron clave para generar este desastre con devastadoras consecuencias.
photo_camera A través de modelaciones numéricas y reconstrucciones de los flujos de detritos, se identificó la influencia de la acumulación de relaves mineros y las modificaciones del cauce del río afectaron la dinámica del desastre. (Crédito fotográfico: Karina Fuenzalida)
Más de 30 personas fallecidas y más de 16 mil damnificados, fue el saldo de las intensas lluvias que en marzo de 2015, provocaron el desborde del río El Salado en la región de Atacama, generando un aluvión que arrasó con gran parte de la ciudad de Chañaral, así como las localidades de Diego de Almagro y El Salado, entre otras. La magnitud del evento reveló vulnerabilidades críticas en la planificación urbana y en las intervenciones humanas en la cuenca del río.
El académico de la Escuela de Ingeniería e investigador del Centro de Investigación para la Gestión Integrada del Riesgo de Desastres, CIGIDEN, Cristián Escauriaza, publicó recientemente el artículo “Anthropogenic effects on flood hazards in a hyper-arid watershed: The 2015 Atacama floods” (Efectos antropogénicos sobre los riesgos de inundaciones en una cuenca hiperárida: las inundaciones de Atacama de 2015), en la revista científica Earth Surface Processes and Landforms. Aquí revela que “la falta de datos de terreno, la geomorfología compleja y las cargas de sedimentos que pueden estar influenciadas por las actividades humanas, hacen que el análisis de inundaciones en estas regiones sea especialmente desafiante”.
Pero, a pesar de las limitaciones, este estudio evalúa los principales factores que potenciaron la inundación, en uno de los desiertos más áridos del planeta. A través de modelaciones numéricas y reconstrucciones de los flujos de detritos, se identificó la influencia de la acumulación de relaves mineros y las modificaciones del cauce del río afectaron la dinámica del desastre. Todo esto, con la finalidad de generar recomendaciones que puedan servir para la planificación futura, y para el diseño de alertas tempranas y estrategias de evacuación.
Con información recabada en terreno y otras bases de datos, el investigador y su equipo identificaron los siguientes factores que potenciaron este desastre.
Por una parte, la topografía del terreno antes de la inundación amplió el área afectada. Algunas zonas se inundaron por el efecto de la gran cantidad de depósitos de relaves y por la presencia de edificaciones en las proximidades del río, se generó una canalización adicional del flujo, lo que incrementó las velocidades y las fuerzas ejercidas por estas.
Y la magnitud de las precipitaciones también fue un factor incidente, por ser un evento de lluvia sin precedentes en una cuenca como el río Salado, que había permanecido seca por casi 44 años.
Según explica Cristián Escauriaza, profesor del departamento de Ingeniería Hidráulica y Ambiental, quien ha enfocado parte de su investigación a este desastre, “el evento fue desencadenado por un sistema meteorológico conocido como baja segregada. Este fenómeno ocurrió cuando un núcleo de baja presión fría en altura llegó desde el sur y quedó aislado sobre el norte de Chile”. Es decir, el sistema generó condiciones inestables y favoreció la formación de intensas precipitaciones en una región normalmente árida.
La importancia de recordar estos eventos, a través de investigaciones científicas que permitan un análisis profundo, a través de tecnologías como imágenes aéreas y satelitales, “son críticos para evaluar el riesgo de inundación, el manejo de la emergencia, y la conexión de estos fenómenos con otras amenazas de origen natural que pueden relacionarse a las inundaciones”, concluye el académico.
Por lo general, cuando hay material acumulado en cauces, se intensifican los efectos de las inundaciones y esto “aumenta la exposición de viviendas e infraestructura, y altera el flujo del agua”, recalca Cristián Escauriaza, respecto a los relaves históricos que se encontraban en Chañaral en el año 2015.
Asimismo, sobre la falta de obras de mitigación, el experto cree que “la falta de información y análisis llevó a decisiones equivocadas en la expansión urbana”. Es por esto que recomienda tomar en cuenta el conocimiento existente “sobre las condiciones hidrológicas e hidráulicas” de cada zona que sea susceptible a este tipo de amenazas.
Poco después de ocurrido el desastre y dada su magnitud, la Universidad católica se movilizó para ayudar a las zonas más afectadas, en una iniciativa interdisciplinaria que reunió una serie de acciones e investigaciones que respondieron tanto a la emergencia, como al diagnóstico, reconstrucción y futuro. El resultado de ese esfuerzo mancomunado se puede revisar en el libro “Proyecto Chañaral UC: De la catástrofe a la reconstrucción”.