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El aprendizaje del Papa en Chile


Hace 58 años, el pontífice llegó como estudiante a la congregación local de los jesuitas. Tres de sus compañeros relatan su experiencia con el joven Jorge Mario Bergoglio quien, el próximo miércoles, visitará la Casa Central de la universidad.

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photo_camera Archivo UC

En 1960, un argentino de 23 años llegaba a Santiago para ingresar a la congregación de los jesuitas, ubicada en la comuna de Padre Hurtado. Con su sotana a los tobillos, Jorge Mario Bergoglio era uno de los 80 estudiantes de una delegación de extranjeros que incluía argentinos, uruguayos, paraguayos y españoles. Venía a cursar doce meses de su juniorado en Chile, un tiempo orientado al estudio de lenguas y formación humanista.

“Estudiábamos latín, griego e historia del arte, junto a la posibilidad de estudiar otras cosas como ciencias, biología y matemáticas. Él solo estudió latín –las reglas obligaban a comunicarse en este idioma nada más– e historia del arte, que le encantaba”, comenta Raúl Vergara (76), quien fue uno de los compañeros de Bergoglio, y que hoy es profesor auxiliar del Departamento de Economía y Administración de la U. Alberto Hurtado.

A diferencia de sus coetáneos, el futuro jesuita demostraba su amor por Argentina no en el fútbol, sino en sus lecturas. Solía repasar a los clásicos de su país, como las obras de Jorge Luis Borges o las del género gauchesco como el Martín Fierro. Su afición por las letras lo llevaría a tomar en el verano de 1961, junto a Luis Eduardo Bresciani (77), actual académico de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Estudios Urbanos de la UC, y dos compañeros más, unos cursos de literatura en la Universidad Católica de Valparaíso.

Durante ese tiempo los jóvenes vivieron en la casa de los jesuitas, ubicada al final de la avenida Pedro Montt, a tres cuadras del plantel porteño. Bresciani recuerda que le llevaba sus trabajos a Bergoglio para su revisión. “Él rayaba algunas cosas y me sugería que cambiara esto para acá y esto otro para allá de forma muy relajada”, dice.

Los fines de semana, el grupo subía a una camioneta e iba a la playa Ventanas, la cual era muy poco visitada. “Ahí había una construcción de unas religiosas que nos prestaban un lugar para cambiarnos. Llegábamos como a la hora del almuerzo, pasábamos en la playa y volvíamos tipo seis de la tarde a Valparaíso. Jorge encontraba muy frío el mar”, menciona Bresciani.

En esa época también solían ir a un lugar que era una especie de quincho, donde los argentinos se destacaban por tomar mate y enseñar a los otros estudiantes a cocinar el asado, en particular el cordero al palo. “(Jorge) era de bajo perfil en comparación a sus compatriotas argentinos que practicaban deporte y que eran más exuberantes”, señala el académico UC.

Tenía sentido. Bergoglio no podía hacer ejercicio físico porque a los 20 años le extirparon el lóbulo superior de su pulmón derecho debido a una infección. De ahí las bromas por su falta de elasticidad, de que era tieso como palo de escoba.

Sin embargo, el futuro Papa Francisco sí demostraba grandes dotes para el diálogo. Sintonizaba muy bien con sus compañeros de la casona cuando se trataba de escucharlos. Desde entonces, y aún con diez años de estudio todavía por delante, ya manifestaba su deseo de ser maestro de novicios.

“Quedé muy desorientado porque hay una norma implícita de San Ignacio que dice que en las constituciones de la Compañía nadie puede aspirar (deliberadamente) a cargos de direcciones”, asevera Vergara.

Pero así fue. Tras ser ordenado como sacerdote poco después de alcanzar los 33, al año siguiente sería maestro de novicios. Tras tres años en este cargo, llegaría a ser en 1973 provincial de los jesuitas en su país, una especie de gran supervisor de las actividades de los miembros de la Compañía.

AMISTAD EPISTOLAR

El padre Jorge Delpiano (75), director espiritual del Seminario Metropolitano de Concepción y director del Departamento de Espiritualidad del Arzobispado, comenta que el recuerdo que tiene del Bergoglio de la década del sesenta es el de alguien muy serio, pacífico, pero con una personalidad fuerte. Esto, pese a que no fue su compañero de curso el año 60, cuando el sacerdote argentino llegó a Chile.

Delpiano volvería a ver a su par trasandino cuando este último regresó a Santiago en 1973. “Hubo una reunión de los provinciales debido a una visita del superior general de la Compañía de Jesús al país. Ahí lo embromamos un poco por el puesto en el que estaba ahora, pues lo habíamos conocido jovencito. Él sólo rió”, afirma el sacerdote chileno, cuya amistad con Bergoglio se inició definitivamente en 1992, cuando este último fue nombrado obispado auxiliar de Buenos Aires. Ahí se escribirían la primera de las muchas cartas que hoy se intercambian.

En 2013, cuando el arzobispo argentino fue elevado a pontífice, la comunicación a través de misivas escritas a puño y letra se haría, paradójicamente, más recurrente entre ambos. En 2017, Delpiano remitió cinco de estas al Papa Francisco (81), en las que le comentaba y consultaba acerca de distintos temas, entre ellos, situaciones cotidianas que le ocurren en Concepción.

“Sus cartas no son tan largas como las mías, que son de dos hojas. Es un hombre muy educado y afable. Cuida esos detalles que pasan desapercibidos y tiene gestos de mucha delicadeza y de trato, como el mismo hecho de responder mis cartas a mano. Siento mucha sintonía con él, con su amistad; es como una profundidad y una coherencia que uno percibe entre lo que él ve y piensa, con lo que yo veo y pienso; y eso me hace sentir cómodo”, sostiene.

Celoso del contenido de los textos, Delpiano sí da a conocer la petición con la que el Santo Padre suele cerrar sus escritos: “Rezá por mí, y también pídele a los demás que oren por mí”.

INFORMACIÓN PERIODÍSTICA

María Belén Bravo, Dirección de Comunicaciones, mbbravo1@uc.cl 


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