El confinamiento y sus efectos: juventud interrumpida
La psiquiatra Vania Martínez explica en esta entrevista que producto de la pandemia, y según estudios realizados para evaluar sus efectos en la salud mental, gran parte de la población estaría presentando cuadros de ansiedad, frustración y dificultades en el sueño. Sin embargo, advierte que son los jóvenes y adolescentes quienes se han visto más perjudicados: “No son solo unos meses difíciles; es todo un periodo de su vida el que está siendo alterado”.
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La pandemia comenzó a cobrar lo suyo. Diversos son los factores que están influyendo en el aumento de la prevalencia de problemas de salud mental: no saber cuánto durará, el temor a la muerte de un ser querido, la incertidumbre en el plano económico, las dificultades en la convivencia –con diversos grados de hacinamiento–, el cambio de roles laborales o domésticos y los efectos directos del encierro se suman para generar un nivel excepcional de estrés. La doctora Vania Martínez, tal como los infectólogos, se preparó por años para enfrentar esta realidad compleja, en que los cuadros psiquiátricos aumentan o se agravan. Estudió Medicina y decidió especializarse en Psiquiatría Infantil y de la Adolescencia, por lo que ahora está en la primera línea abordando los trastornos mentales.
—¿Cómo ha sido la experiencia de la pandemia para usted? Con el covid-19 uno piensa en servicios de urgencia atestados, en escasez de camas UCI, pero no en crisis de salud mental.
—Desde el estallido social se hizo más visible la necesidad de favorecer el cuidado de nuestro estado mental. Incluso la prensa se sumó ante la necesidad de que las personas tomen conciencia de los impactos que han sufrido en este aspecto. Desde la Mesa Social Covid-19 se solicitó al rector de la Universidad de Chile generar un documento con una estrategia para proteger la salud mental de la población. Participé de ese trabajo que hicimos llegar al gobierno y que dio origen al programa Saludablemente. Sin embargo -afirma tajante–, no es suficiente.
La doctora critica el estado del tema en Chile, lo lejos que estamos de la inversión necesaria en esta problemática: “Este año el porcentaje del presupuesto de salud que se invierte en salud mental subió de 2% a 2,4%, cuando la OMS promueve el 6%. Y no es que solo nos superen los países desarrollados, también hay otros, como Uruguay, que invierten decididamente en esta materia”.
Desde la iniciativa Salud Mental es Salud, en la que la doctora Martínez también participa, junto con proponer un aumento del presupuesto, se hizo notar la necesidad de mejorar la cobertura de las isapres: “Muchas ponen un tope de 10 sesiones sicológicas, cuando en salud física no tienen esa clase de limitaciones”.
—¿Es un problema de nuestra sociedad el no poder integrar esta realidad?
—Hay algo de eso. Actualmente existe una bancada transversal de algunos diputados que se preocupa del tema. Además, hay fundaciones familiares que nacieron por algún problema o necesidad de uno de sus miembros, pero es algo incipiente, escaso. Incluso, cuando una persona finalmente va a un consultorio, se encuentra con que no hay una hora oportuna para la atención de problemas de este tipo, cuando sí la hay en otras especialidades. Y esto se acentuó justo ahora, porque coincide con que hay mucho personal de salud mental que está colaborando en otras áreas, como trazabilidad de coronavirus. También se hicieron evidentes algunas barreras tecnológicas para tratarse a distancia, como mala conexión o falta de acceso a Internet. Asimismo, con el confinamiento también ha surgido el problema de la confidencialidad, ya que las personas no quieren tratarse a distancia porque en su casa no cuentan con un espacio aislado que les permita hablar con tranquilidad acerca de sus problemas. Algunos prefieren chatear, lo que no es lo mismo, aunque puede ser una alternativa.
—Como especialista en salud mental de adolescentes y jóvenes que le ha tocado integrar varias mesas de expertos del Ministerio de Salud, ¿cómo evalúa la situación de este grupo etario?
—Hay investigaciones por edad y, efectivamente, adolescentes y jóvenes están entre los más afectados por la pandemia. Uno diría que los adultos mayores, por temor a contagiarse o por su mayor dificultad con el manejo de la tecnología, en algunos casos, podrían ser los más vulnerables. Sin embargo, son los jóvenes, aunque uno piense que tienen el mundo por delante, que manejan bien la tecnología y que igual lo pasan bien. Pero no es así. Tienen estrés, ansiedad, depresión, más que en otros grupos. La búsqueda de identidad es uno de los procesos clave de la etapa adolescente y es más difícil hacerlo con un confinamiento prolongado. No es lo mismo, en términos de desarrollo, dos años de tu vida si pones como inicio los 13 o los 43 años. Entre los 13 y los 15 años hay muchos cambios a todo nivel: biológico, psicológico y social. Por ello, el llamado es a observarlos a tiempo, ofrecer cuidados, detectar síntomas para no llegar a situaciones extremas como el suicidio. En especial, porque ven a sus padres alterados y, por lo mismo, no comparten sus problemas. En el caso de los universitarios, por ejemplo, hay una generación que está cursando un segundo año sin conocer a sus compañeros ni sus escuelas, por lo que resienten el estar perdiendo algo importante de la vida.
Individuo y comunidad: dos dimensiones que se complementan
La doctora Martínez nació en una familia donde la medicina era una disciplina dominante, con padre ginecólogo y madre dermatóloga. De a poco fue descubriendo que su vocación coincidía con la de sus progenitores, pero para construir su propio camino, prefirió entrar a Medicina en la UC: “Mis padres eran profesores en la Universidad de Chile y no quería que me conocieran por ser ‘la hija de…’”. Más tarde sintió afinidad con la pediatría. Estuvo dos años en Los Andes en atención primaria y ahí comenzó a trabajar con la comunidad, en promoción, en participación, en saber de sus necesidades, y se dio cuenta de que tal vez lo suyo era la salud mental.
Luego, el escaso desarrollo de la salud mental en Chile no la ayudó: “No sabía cómo hacerlo tampoco, había tenido una sola clase de psiquiatría infantil en toda la carrera, tuve que ir a conversar con una especialista en esta área y recién entonces me di cuenta de que era un gran campo en el que me veía trabajando. Luego, en la formación de la especialidad en la Universidad de Chile mi interés fue más allá de los diagnósticos psiquiátricos y la farmacoterapia. Me interesé por la investigación, la divulgación y la psicoterapia. Agradezco enormemente el haber contado con el apoyo de mi familia”.
—¿Usted plantea la conveniencia de incluir la salud mental en las carreras de educación?
—En educación sería muy necesario, los profesores pueden ser grandes aliados, pero también en otras carreras, por ejemplo, en Arquitectura y Urbanismo. Es importante el aporte de un ambiente humano, con áreas verdes. Eso está estudiado, cómo las políticas en vivienda y transporte impactan en la salud mental.
Nos recuerda que estamos todos, ahora mismo, percibiendo más que nunca esta realidad: “Como estamos más horas en la casa, nos damos cuenta – más allá de los impactos del hacinamientode los ruidos más cercanos, los ladridos, las máquinas de cortar el pasto o las sopladoras de hojas. Todo el entorno nos afecta”.
—Usted ha trabajado en regiones, en el sur; ¿ha encontrado una realidad diferente?
—Dirigí una investigación para el tratamiento de adolescentes con depresión antes de la pandemia. Hubo una respuesta positiva que me sorprendió, porque a través del teléfono confiaban cosas que no habían compartido presencialmente. Antes de la pandemia, el uso de la tecnología para atenciones psicológicas muchas veces era mal visto por médicos y psicólogos, por parecer una forma de relación fría, sin contacto ocular, sin tono emocional, pero –forzados por este nuevo contexto– se ha visto que lo virtual es útil. Se comprobó que pueden reducirse los síntomas y que el paciente experimenta satisfacción con un proceso a distancia. Uno puede comunicarse con el personal de los consultorios a distancia, pedir una segunda opinión a un experto, aprovechar ciertas ventajas.
Creo que muchos de los tratamientos de salud mental, después de la pandemia, van a ser híbridos, donde se mezclará lo presencial con lo virtual.
—Parecía que íbamos a un mundo más global y consciente, por la crisis climática, pero ahora, tal vez aumentará el consumo, los viajes, con ganas de recuperar lo perdido.
—No estaría tan segura de eso. En los jóvenes es muy fuerte la conciencia ambiental, la discusión de qué es sustentable, el animalismo, al grado de no querer tener hijos por pensar que no es el momento para eso. Ellos van a seguir en eso, incluso más reforzado porque la propia pandemia ha puesto en valor lo colectivo y colaborativo, versus lo individual y competitivo. De todas formas, los mismos viajes tienen un componente positivo al conocer otras realidades, mundos diferentes y, por lo mismo, muchos estudiantes quieren hacer sus pasantías en otras culturas.
—Hay un debate reiterado en cuanto a que la especie humana ha sobrevivido, según algunos, gracias a su espíritu competitivo; en tantos otros afirman lo contrario, que se debe a su capacidad de compartir. ¿En cuál se ubica usted?
—Hay un poco de los dos. Los jóvenes se quejan de esta cultura competitiva, por obtener las mejores notas, alcanzar altos logros, pero advierten que eso no se alcanza solo, que hay que formar equipos y redes. Incluso echan de menos la experiencia de grupo, algo que es tan propio de esta etapa de la vida, de los rituales significativos, y de estar en contacto con la naturaleza.
También han visto, en los funerales de ahora, lo trágico de la muerte sin compañía. La del individuo y la de la comunidad son dos dimensiones necesarias, que deben complementarse en una justa medida.
Las señales de riesgo
Vania Martínez sigue compitiendo cada año para financiar sus proyectos, dado el escaso apoyo a la investigación y, en particular, a la salud mental en Chile, a pesar de sumar más de 20 años de estudios y perfeccionamiento en su área de trabajo. Es licenciada en Medicina y médico cirujano de la UC, con especialidad en Psiquiatría Infantil y de la Adolescencia de la U. de Chile; es magíster en Psicología Clínica de la U. Diego Portales y magíster en Psicoterapia de la UC; es doctora en Medicina por la U. de Heidelberg (Alemania) y doctora en Psicoterapia por la UC.
Actualmente, es profesora titular en el Centro de Medicina Reproductiva y Desarrollo Integral del Adolescente (Cemera) de la Facultad de Medicina de la U. de Chile y directora de un Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes (Imhay), y está postulando en el Concurso de Núcleos de Ciencias Sociales 2021 para la renovación del centro que dirige. Destaca la importancia de un equipo de trabajo interdisciplinario, en el que cada uno aporte desde su mirada para un objetivo en común. Además, este trabajo considera la participación protagónica de los mismos jóvenes.
—Usted destaca mucho la necesidad de la acción no profesional, de la familia, del entorno, incluso la atención no especializada.
—Es buena la prevención, por ejemplo, como las campañas que llaman a ayudar al que lo necesita, que promueven la búsqueda de ayuda. A veces, si la familia es ciega –lo que sucede muchas veces–, un amigo o amiga puede darse cuenta mejor de un problema, incluso al leer algo publicado en las redes sociales. Es muy bueno que los pares aporten su ayuda, y no diciendo que “no es para tanto” o “tira pa’rriba”, sino instando al amigo a consultar cuando hay síntomas, porque ante la depresión, el no querer vivir, el hablar de suicidio, hay que saber cómo reaccionar. La familia muchas veces no distingue entre lo normal y lo patológico, incluso critica al que está sufriendo el problema, en lugar de incentivarles a buscar ayuda profesional.
Por otra parte, los padres pueden ser de mucha ayuda si buscan la conversación o si observan qué expresa su hijo adolescente, y cómo lo hace. Así pueden advertir a tiempo las señales de riesgo.
La doctora Martínez ha sido una vocera que demanda apoyo de la familia, de la comunidad, de los servicios municipales de atención no especializada y de la sociedad civil organizada y colaborativa para frenar la curva de los trastornos por salud mental.
—¿Todavía son fuertes las barreras, los estigmas, en torno a la salud mental? ¿Incluso en Santiago?
—Ha ido cambiando con las nuevas generaciones. Los jóvenes de 18 y 19 años están ahora mucho más cercanos, ellos consultan, pero todavía ven en sus propias familias esa cultura de que hay que arreglárselas solo y salir adelante por sí mismo. Esa es la principal barrera, la creencia de que se puede salir por sí solo, sin ayuda profesional, cuando es mucho mejor actuar al principio. Un cuadro grave ya es difícil de tratar, si es leve o moderado es mucho más fácil, por eso hay que consultar oportunamente. La segunda barrera es que, como no se habla, no saben dónde ir ni dónde consultar. Lo tercero es que hay un costo económico y un tiempo que disponer; lo cuarto, pero en disminución, la vergüenza, y para esto ha sido muy útil ver que personas públicas estén compartiendo lo que están viviendo, que comentan que tienen un problema de salud mental y que se están tratando.
La aplicación para dispositivos móviles “Cuida tu Ánimo” tiene como objetivo facilitar el acceso a herramientas para la prevención e intervención oportuna de la depresión y el riesgo suicida en jóvenes, una materia de especial cuidado en el contexto de la pandemia. La tecnología está dirigida especialmente a jóvenes entre los 15 y 29 años y se encuentra disponible de forma gratuita en Google Play, AppGallery y App Store. Este proyecto digital fue escalando gracias a la adjudicación de un fondo otorgado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación llamado “Salud Mental, cómo la ciencia nos cuida”. En esta aplicación se le pide al usuario que complete un cuestionario de síntomas y, según las respuestas, se accede a una segunda etapa con un programa personalizado que incluye desde indicaciones de alimentación y horas de sueño hasta la sugerencia de consultar si hay síntomas de riesgo, llamando y solicitando ayuda, por ejemplo, al programa “Salud Responde”, del Ministerio de Salud. La plataforma es gratuita, en español y está basada en investigaciones científicas desarrolladas durante varios años. Ha sido utilizada en 18 países y descargada unas 1.500 veces. .