El testimonio de dos refugiados afganos en Chile
Este es el relato de Fawad y Sakina, dos de los 18 afganos que debieron dejar su país y sus familias, después que los talibanes se tomaran el poder, imponiendo duras condiciones de vida especialmente para las mujeres, quienes no pueden salir a trabajar ni estudiar, y que hoy se encuentran en Chile. Gracias a la ayuda de muchos -incluida la UC- están intentando retomar su vida y ayudar a quienes aún se encuentran en medio del terror.
La vida era normal en Afganistán. Así me cuentan dos de los jóvenes afganos que llegaron a Chile como refugiados y que han sido apoyados por la universidad, a través del nuevo programa de Interculturalidad UC. Estamos sentados bajo la sombra de un árbol en el patio de la Facultad de Letras en el campus San Joaquín. Hoy es su primera clase de español.
“Yo me juntaba con mis amigas y amigos, salía, iba a la universidad, me gustaba hacer deporte… Era una buena vida”, dice Sakina Hassani, de 25 años, estudiante de Arte de la Universidad de Kabul.
“Ella era una artista famosa en Afganistán, tenía su propio estudio de arte”, agrega Fawad Rasa (quien ayuda a traducir del darí al inglés), ingeniero y geólogo, también de 25 años, quien trabajaba para el gobierno afgano haciendo proyectos de represas y hacía clases para niños huérfanos en una biblioteca.
Ambos tienen en común ser parte de Ascend, una ONG estadounidense que busca potenciar el liderazgo de niñas y jóvenes a través del deporte en Afganistán, un país en donde apenas el 19% de las mujeres sabe leer y escribir, y una de cada tres está casada antes de los 18 años.
Sakina practicaba hiking o senderismo, mientras que Fawad era coordinador de actividades sociales.
Los talibanes
La llegada de los talibanes cambió todo. O más bien, su regreso. En pastún -una de las etnias de Afganistán-, “Talibán” significa "alumnos o estudiantes". Surgieron como una alianza de tribus armadas en las montañas para resistir ante los soviéticos; luego fueron ampliando su influencia, creando escuelas islámicas en Pakistán. En 1996 se tomaron el poder en Kabul, la capital afgana y en solo dos años controlaron casi todo el país. Cometieron masacres contra pueblos enteros, aplicaban todo el rigor contra quienes cometían un delito -los adúlteros eran condenados a muerte y a los culpables de robo les amputaban las manos-; la televisión, la música y el cine estaban prohibidos. Las mujeres se llevaron la peor parte. No podían trabajar ni mucho menos estudiar en la universidad, solo podían ir al colegio hasta los 10 años. No podían salir de casa sin que las acompañara un hombre y siempre debían usar “burka”, ese atuendo negro que las tapa de pies a cabeza y que solo les permite ver a través de una especie de rejilla.
Desde que en 2001 los talibanes perdieran el poder tras la intervención de las fuerzas de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), el país fue recobrando las libertades perdidas; de hecho, las mujeres pudieron volver a estudiar y trabajar. Eso, hasta la retirada de las tropas estadounidenses en agosto pasado.
“Llegaron los talibanes y la vida se detuvo”, dice Sakina. “Todos los sueños se rompieron”, agrega Fawad.
“No pude volver a la universidad, porque los talibanes cerraron la Facultad de Arte”, cuenta Sakina y agrega: “Habíamos pintado un mural en el edificio de la Televisión Nacional Afgana y cuando llegaron los talibanes, lo cubrieron con pintura gris. Fue triste, porque habíamos trabajado muy duro. Destruyeron todo”.
Ser artista, de hecho, está prohibido en el nuevo régimen. “Algunos de mis amigos artistas lograron escapar a otro país. Pero quienes se quedaron allá, tuvieron que destruir ellos mismos sus pinturas y esculturas, porque si un talibán descubre que eres artista, te mata”, afirma.
“Las mujeres no pueden estar en la calle sin cubrirse. No se le pueden ver los ojos”, dice Sakina, quien viste como cualquier joven en Chile, con polerón y pantalones. “Antes podíamos vestir así en Afganistán, y éramos libres de usar o no “hiyab” (pañuelo). Ahora es imposible”, afirma.
“Hoy la biblioteca donde hacíamos las clases está cerrada, todas sus ventanas están rotas y no sé qué será de los niños que ayudábamos”, cuenta Fawad.
Salir de Afganistán
Sakina y Fawad tuvieron la posibilidad de salir del país gracias a su participación en Ascend. La ONG, al igual que otras organizaciones, ha hecho lo imposible para sacar a los jóvenes y sus familias, gestionando su llegada a otros países, como Chile, que aceptó acoger a un número limitado de refugiados.
“Decidimos salir del país porque estábamos en una mala situación y era muy peligroso para nosotros”, relata Fawad.
Pero no era fácil. “Tratamos de salir dos veces del aeropuerto de Kabul, pero desafortunadamente no lográbamos pasar”, cuenta Fawad. “Cuando estábamos haciendo el segundo intento, había mucha gente y las fuerzas de seguridad comenzaron a disparar, entonces logramos salir y dos minutos después el aeropuerto explotó”, relata Sakina.
Entonces cruzaron la frontera de Pakistán por tierra, de noche, sin pasaportes. “Fue muy peligroso”, admite Sakina. Después de pasar 20 días allí, durmiendo en mezquitas, el cónsul chileno en Abu Dabi viajó para entregarles personalmente el salvoconducto que les permitiría proseguir el viaje y los acompañó al avión rumbo a Dubái. Diez horas después tomarían el avión que los llevaría a París, donde se reunieron con un representante de la Cancillería chilena. Y después de 19 horas en tránsito, lograron tomar el avión de Air France que los llevaría hasta Santiago.
Era un grupo de 18 personas en total, entre los jóvenes, sus cónyuges e hijos.
Chile: un nuevo futuro
“Estamos muy agradecidos del Gobierno por habernos aceptado en el programa de refugiados y acogernos en Chile”, dice Fawad.
Por ahora están viviendo en un hogar temporal, en la casa de la Vicaría de la Pastoral Social, en Santiago centro, y ya cuentan con una visa provisoria. “Quiero pintar y dibujar sobre Afganistán, y mostrárselo a la gente, para que conozcan lo que se está viviendo allá, especialmente las mujeres”, dice Sakina.
Es su forma de hacer algo por quienes se quedaron. “Mis padres están en Afganistán, mis amigos también, pero no podemos hacer nada por ellos. No pueden ir a ninguna parte. Tengo un solo hermano, de 18 años, se fue a Irán, porque los talibanes toman a los jóvenes y los reclutan para la milicia. Él no puede estudiar, solo hacer algunos trabajos duros, porque no tiene pasaporte”, cuenta esta joven.
Y Fawad agrega: “Tengo a mi madre solamente, porque mi padre murió, y dos hermanos mayores que están en el ejército. Todos están en Afganistán, en una mala situación. Como yo participaba en actividades sociales, que salían en los medios de comunicación, es muy peligroso para mí y para mi familia. Yo temo por su vida”.
“Hoy nadie está seguro”, agrega Sakina.
Se sienten afortunados de estar aquí, un país del que nada sabían, pero que no tardaron en encontrar similitudes. “El clima es similar y el color de nuestra piel con los chilenos es parecido, la gente es amable y alegre, y también en la comida hay cierto parecido”, afirma Fawad, quien ya probó su primera empanada, que le recordó a un plato típico afgano llamado “bolani” -una masa delgada rellena de verduras-.
“Tengo una idea positiva para el futuro de la gente en Afganistán, quizá los jóvenes logremos transformar esta mala situación en algo bueno”, dice Fawad, quien quiere trabajar y estudiar un magíster, “y hacer actividades sociales por mi país”. “Me gustaría también retomar el deporte y hacer algunos trabajo de arte, quizá de decoración", agrega Sakina, quien además está embarazada, “en el próximo control sabré si será niño o niña”, dice emocionada.
Ambos jóvenes están agradecidos de toda la ayuda que han recibido -hacen una mención especial a la UC- y, a pesar de las dificultades, quieren retomar su vida lo antes posible, aquí, en Chile. “Hemos sido muy bien recibidos y nos han acogido de manera muy cálida, eso ha sido muy bueno”, me dicen al despedirnos. Ya va a comenzar su clase de español.
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La acogida de la UC
“El mayor desafío que enfrentan hoy día estas familias es aprender español, pero también integrarse en la sociedad: en el ámbito escolar en el caso de los niños, en el barrio en donde van a vivir, en el ámbito laboral, de salud”, dice Roberto González, profesor de la Escuela de Psicología, coordinador del Programa de Interculturalidad.
Por eso la UC ha creado una iniciativa con distintos mecanismos de apoyo y acompañamiento, como un curso de tres meses para que aprendan nuestro idioma, a través del Programa Español UC de la Facultad de Letras; un “sistema de apoyo psicosocial” coordinado por la Facultad de Ciencias Sociales, para acompañarles hasta que puedan instalarse de manera más definitiva, trabajando con sus futuros vecinos, escuelas y centros de salud; control médico y vacunación por parte de la Facultad de Medicina; actividades para los niños y cena navideña a cargo de Pastoral UC; y ser incluidos en el Programa de Acogida y Acompañamiento de la Vicerrectoría de Asuntos Internacionales.
“Quiero recibirlos con alegría, con emoción y con agradecimiento, porque ustedes han llegado a nuestro país y han confiado en lo que nosotros podemos aportarles. La UC se ha puesto en un mismo camino para dar lo mejor de sí y acogerlos”, expresó el rector Ignacio Sánchez en una emotiva reunión de bienvenida.
Como afirma Roberto González, quien junto a la profesora Olaya Grau de la Escuela de Trabajo Social han liderado esta iniciativa de apoyo a las familias afganas: “Para la universidad es un gran desafío materializar lo que llamamos los ‘diálogos interculturales’; tenemos mucho que aprender de su experiencia, de lo que son y lo que representan desde el punto de vista de su cultura”.
De hecho, se espera concluir el curso de español con una presentación donde se muestre el trabajo artístico que han realizado las mujeres del grupo sobre su país, en conjunto con la Facultad de Arte. “No solo queremos facilitar su integración, sino que queremos aprovechar la oportunidad para poder entender, valorar, reconocer y sobre todo, aprender de ellos”, concluye González.