Federico Aguirre: Iconos, la presencia de lo sagrado
El vicedecano de la Facultad de Teología es reconocido a nivel mundial por el virtuosismo y la originalidad de sus obras. En sus años de estudiante fue mochilero en Europa, a donde en vez de cámara llevaba cuadernos para dibujar. A sus 41 años, y con una formación en lenguas clásicas, literatura, teología y un doctorado en Estudios Culturales, hoy sueña con crear un centro de arte sacro en la UC.
Un ser inconmensurable
Voy a contar un detalle que considero muy significativo. Mi mamá empezó a estudiar Teología estando embarazada de mí, que soy el segundo de cinco hermanos. Años después llegué a esta disciplina de forma providencial, porque mis estudios habían ido por otros caminos, el arte y la filología. Para mí esto tiene mucho significado.
Como a los cinco años recuerdo haber sentido una sensación de apabullamiento ante Dios. De percibir muy claramente que existía y que era algo inconmensurable. Esto se expresaba en momentos en que me quedaba en un estado como de contemplación.
En mi familia siempre hubo una conciencia religiosa, de un latinoamericano vinculado a los procesos sociales, políticos y culturales.
En la adolescencia tuve un distanciamiento, pero después de vivir una experiencia en la renovación carismática, volví a sentir una conexión muy fuerte con Dios. Pensé en ser sacerdote, pero inmediatamente tuve muy claro que no quería dejar de tener una vida sexual. Hasta el día de hoy me cuesta comprender el tema del celibato obligatorio, aunque sí lo entiendo muy bien como vocación.
En la adolescencia tuve un distanciamiento, pero después de vivir una experiencia en la renovación carismática, volví a sentir una conexión muy fuerte con Dios
Descubrir la palabra
Elegí estudiar Arquitectura porque respondía a mis intereses interdisciplinarios. En esa época teníamos un grupo de amigos de distintas carreras, donde se combinaban las inquietudes intelectuales y artísticas con la búsqueda de la fe. Una experiencia muy determinante fue asistir a los seminarios de Heidegger que hacía el profesor Eduardo Rivera.
Durante dos años leímos El ser y el tiempo y descubrí la importancia de la lengua, de la palabra como fundamento de cualquier posibilidad de conocer el mundo. Resolví que si quería conocer su origen tenía que aprender griego y latín. Estaba casi en cuarto año de la carrera, junté plata y me fui a España. En ese país cursé la licenciatura, un primer ciclo en filología clásica y un segundo en literatura comparada. Fue una época en que viajé y dibujé mucho. En lugar de cámara llevaba un cuaderno hecho por mí para dibujar y escribir.
Durante tres años viví en Sant Jeroni de la Murtra, un monasterio del siglo XVI, en Barcelona, que funcionaba como residencia para estudiantes. El primer año estuve casi enclaustrado y teníamos un régimen de oración.
Después me mudé a la ciudad, hice un viaje a Grecia y conocí a Irini, mi mujer. Ella me tenía que pasar las llaves de un departamento. Nos enamoramos, estuvimos juntos durante un mes y nos despedimos pensando que, por la distancia, seguir juntos sería imposible. Estuvimos un par de años yendo y viniendo, y finalmente me fui a vivir a Atenas. Nos casamos y allá nació nuestra hija.
El lenguaje de la veneración
Conocí a mi maestro de pintura de íconos, el teólogo Georgios Kordis, por sus libros. Le escribí diciendo que quería aprender con él la técnica de temple al huevo. Me contestó: “Bueno, como vienes de tan lejos, puedes hacer el programa gratis”.
Tres años estuve en su academia aprendiendo esta tradición, con un fuerte énfasis en sus principios plásticos para poder aplicarlos con libertad, en lugar de solo imitar. Georgios Kordis fue quien me propuso cursar el magíster en la Facultad de Teología de la Universidad de Atenas.
Después, hice el doctorado en la Universidad de Barcelona, pero desde Grecia. Mi investigación doctoral es sobre el redescubrimiento de la tradición milenaria de los íconos, en el contexto de la modernidad. En Grecia, la renovación de la teología está íntimamente relacionada con el redescubrimiento de los íconos.
Hoy les enseño a mis alumnos sobre la imagen de culto cristiana, que no está hecha para ponerla en una pared, sino que tiene una dimensión sacramental, nos lleva a hacer cosas con ella. Prenderle velas, hablarle, sacarla en procesión. En la imagen de culto, Cristo, la Virgen y los santos se hacen presentes.
El fundamento dogmático de este uso de las imágenes tiene relación con la encarnación de Dios.
Hoy les enseño a mis alumnos sobre la imagen de culto cristiana, que no está hecha para ponerla en una pared, sino que tiene una dimensión sacramental
Esperanza
Regresé a Chile en 2016. Mi cargo de vicedecano de la Facultad de Teología lo veo más que nada como un servicio, porque mi interés es concentrarme en la investigación y la docencia, y mi sueño es crear un centro de arte sacro en la universidad. Sería importante hacerlo, porque en este momento hay una crisis profunda, un problema de comunicación entre las instituciones –en general– y el pueblo. Y el arte es un espacio para el encuentro.
Lo que ha pasado en Chile en el último tiempo ha sido muy emotivo. El día del plebiscito fue como si el pueblo de Chile se reencontrara. Siento que por primera vez vamos a dejar atrás el trauma de la dictadura en términos de cómo nos estamos relacionando. He visto que hay violencia, que debe condenarse, pero sobre todo hay encuentro. Con el proceso constituyente tengo mucha esperanza.
Estamos viviendo un proceso de transformación social profundo, y espero que se traduzca en una mejor condición de vida para la gente. Tengo una mirada optimista.