Formación integral en universidades: un creador total
Para muchos entender las artes como industria es "venderse" al mercado. Sin embargo, la autogestión es un rol que todo artista debe asumir. El desafío está en hablar el mismo idioma que un "marketero" y viceversa. Conocer el valor de una obra y que el empresario comprenda el modelo de negocios del sector y no tenga miedo de invertir en él. Para lograrlo se hace urgente la revisión de los currículos de pregrado y asegurarse de que las carreras artísticas incluyan contenidos de emprendimiento, gestión y comercialización.
Este artículo fue publicado en la Revista Universitaria #155, en septiembre de 2019.
Más que la pesca, las bebidas y el tabaco. En Chile las industrias creativas aportan el 2,2% del PIB, cifra que todavía es lejana al 7% que representa el sector a nivel mundial. Solo en Estados Unidos, los videojuegos generaron 43.800 millones de dólares en 2018, 18% más que en 2017. Si sabemos que la automatización amenaza con hacer desparecer durante los próximos diez años, un tercio de los empleos que actualmente conocemos, se hace urgente que las universidades se anticipen, predigan y actúen.
Se debe preparar a la sociedad para todos esos nuevos trabajos que predominarán en 2030. Empleos que, si bien hoy aún no conocemos, sabemos que tendrán como principal materia prima la creatividad de las personas.
Se hace urgente que las universidades se anticipen, predigan y actúen. Se debe preparar a la sociedad para todos esos nuevos trabajos que predominarán en 2030. Empleos que si bien hoy aún no conocemos, sabemos que tendrán como principal materia prima la creatividad de las personas.
Esta tarea no es tan fácil. Para muchos, entender las artes como industria es “venderse” al mercado. Dejar de crear lo que apasiona y ceder ante lo que exige la masa.
Es comprensible que se piense así, sobre todo si durante años los creadores han estudiado carreras artísticas donde han aprendido de teoría, historia, realización e interpretación de obras, pero poco y nada se les ha enseñado sobre gestión, distribución, exhibición y comercialización de sus creaciones. Ni en la teoría, ni en la práctica. ¿Cuántos cortometrajes son exhibidos en la sala de clases y luego olvidados en una carpeta del computador?
Ser parte del mercado y promover la muestra pública de las obras de los estudiantes, asumir su distribución, asociarse con otras universidades y realizar exposiciones, muestras y festivales conjuntos es un rol que se debe asumir.
Como también se debe asumir el rol formativo. Para aportar al crecimiento de las industrias creativas, y con ellas al desarrollo cultural y económico del país, se requiere de artistas emprendedores y emprendedores artistas. Romper con las islas e integrar currículos.
Durante mucho tiempo la gestión de los derechos de propiedad intelectual -que define a las industrias creativas- ha estado reservada a las carreras de derecho, mientras que las finanzas, administración, innovación y emprendimiento han sido contenidos casi exclusivos de las carreras comerciales e ingenieriles.
El desafío está en que un creador pueda hablar el mismo idioma que un “marketero” y viceversa. Que el artista conozca el valor de su obra y que el empresario comprenda el modelo de negocios del sector y no tenga miedo de invertir en él.
Para lograrlo, se hace urgente la revisión de los currículos de pregrado y asegurarse que las carreras artísticas incluyan contenidos de emprendimiento, gestión y comercialización, y que los estudiantes de otras carreras sepan de arte y conozcan cómo funcionan las industrias creativas. Que no solo vayan a museos y exposiciones, sino que también entiendan el rol de galeristas y art dealers, y toda la cadena de valor que acompaña a la obra.
Un vacío formativo
Hasta ahora este vacío en la formación del creador ha sido asumido parcialmente por posgrados y educación continua.
Desde hace casi dos décadas, la UC ha impartido el diplomado en Gestión Cultural, al que se suman los diplomados en Producción Ejecutiva Audiovisual, Gestión de Empresas Creativas y de Comunicaciones y, próximamente, el Certificado Internacional de Emprendimiento en las Industrias Creativas, en conjunto con el Tecnológico de Monterrey y la Universidad de Los Andes de Colombia.
Digo parcialmente porque en su mayoría estos y otros programas han estado orientados a capacitar a artistas en gestión, olvidando a los científicos y humanistas que también sueñan con participar de las industrias creativas.
Conocemos el enorme potencial económico, cultural, turístico e identitario de las industrias creativas. Hace ya más de 30 años, en 1986, Unesco definió el primer marco de estadísticas culturales. En 2013, el Banco Interamericano de Desarrollo publicó la Economía Naranja, que mucho más allá de colorear al sector, desclasificó cifras del tipo “si la economía naranja fuera un país, equivaldría a la cuarta economía del mundo, con USD 4,29 billones”.
En Chile, en 2007 las industrias creativas fueron consideradas uno de los 31 sectores económicos priorizados por la estrategia del Consejo Nacional de Innovación y Competitividad.
En 2008, Corfo creó el Programa Territorial Integrado del área, y siete años después, se aprobó el Plan Nacional de Fomento de la Economía Creativa, desarrollado por el Comité Interministerial de Economía Creativa, constituido ese mismo año 2015.
Hasta ahora, el potencial de crecimiento de estas industrias ha sido impulsado especialmente por organizaciones multilaterales y por el Estado. Solo en el Plan Nacional de Fomento de la Economía Creativa participan nueve ministerios y veinte contrapartes técnicas. Las universidades, en tanto, solo son mencionadas como beneficiarias directas. ¿Es ese el rol que nos toca como universidad en el desarrollo de las industrias creativas?
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¿Dónde debe nacer la investigación?
Lo poco que conocemos en Chile de cantidad de creaciones, cifras de audiencias, formación de públicos y potencial exportador lo sabemos en su mayoría por los estudios que realiza el Estado y por las investigaciones privadas, financiadas por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio.
Estudios que, aunque importantes y necesarios, suelen ser acotados en su contenido y profundidad. ¿Cómo conocer a las audiencias y crear programas efectivos de formación de público? ¿Cómo medir el impacto de las industrias creativas en el índice de felicidad de un país? Si la investigación profunda no surge de las universidades, entonces, ¿de dónde? Así como el desarrollo de las industrias creativas requiere de estudiantes que se reúnan, también necesita que académicos de diferentes áreas se reúnan a crear y conversen e investiguen y propongan.
Porque si queremos que el próximo Fortnite no solo entretenga, sino también eduque, necesitamos que psicólogos, guionistas, educadores, diseñadores, ingenieros, programadores, audiovisualistas y comunicadores, entre otros, trabajen juntos. Ideen juntos. Creen juntos.