Francisco Guerra, la larga trayectoria de un funcionario puesta al servicio de la UC
Francisco Guerra Aravena trabajó casi 40 años en la universidad. Ligado al área de Deportes, vio pasar a un gran número de estudiantes, académicos y funcionarios por las dependencias de la piscina de campus San Joaquín. A sus 63 años, el cáncer y el Covid-19 apagaron su vida en febrero de 2021, aunque no su recuerdo.
Durante cuatro décadas, Francisco Gustavo Guerra Aravena estuvo ligado a la universidad. Fue un funcionario dedicado y orgulloso de pertenecer a la UC. Su vínculo con esta casa de estudios se iniciaría en 1980, cuando a los 23 años llegó a trabajar como cajero en los casinos del plantel ubicados en el edificio de Aulas Lassen del campus San Joaquín.
Desde ese comienzo, Francisco haría una carrera funcionaria larga y sin tropiezos, pasando por distintos campus y áreas de la institución. La universidad se transformaría en el único lugar de trabajo de toda su vida. Su último cargo estuvo ligado a la administración de la piscina de Deportes UC de San Joaquín, donde hizo la mayor parte de su recorrido profesional.
En la UC conocería también a Ana Canales, quien hizo una práctica en uno de los casinos y se convertiría en la madre de sus tres hijos: Pablo, Consuelo y Francisca.
“Le gustaba mucho su trabajo y hacer las cosas bien, en el lugar donde estuviera”, recuerda con afecto su hijo. Su cariño y gratitud con su "casa" también lo traspasó a su familia, haciéndola parte de la comunidad. Sus tres hijos nacieron en el Hospital Clínico UC. Aquí siguió atendiéndose toda la familia a lo largo de los años. Su hija menor, Consuelo, estudiaría algún tiempo en la Facultad de Matemáticas y Pablo, el mayor, psicólogo y preparador físico, entrenaría en la piscina en donde trabajó sus últimos años. “Mi papá era una persona tranquila, le gustaba compartir con sus cercanos y tenía muchas aptitudes para tratar con la gente. Hacía su trabajo siempre pensando en la universidad”, señala.
Francisco Guerra (63) trabajó 40 años en la UC. Con sus risas contagiosas, cordialidad y camaradería atendía en la recepción a los usuarios y usuarias de la piscina de San Joaquín.
Francisco era minucioso y muy dedicado en sus labores. “Siempre tuvo una buena llegada con quienes venían a nadar”, dice Jorge Parra, funcionario de Deportes UC que trabajó junto a su compañero alrededor de cinco años. Estaban en turnos diferentes, pero ambos compartían las mismas funciones. Por las tardes y en la recepción, siempre estaba Francisco para recibir al público, darle la bienvenida, llevar registros, hacer inscripciones y contestar consultas del funcionamiento del lugar.
“Llegué a la piscina cuando aún estaba estudiando y fue siempre una persona muy generosa, muy cordial y de buen trato”, recuerda Verónica Cortés, profesora de hidrogimnasia. “Don Francis, como le decíamos, era muy amable y siempre estaba interesado en las personas, tratando de generar camaradería”, añade. Con todos compartía su buena voluntad y comprensión, “siempre buscando soluciones más que generando problemas”, dice la docente.
Francisco vio a muchas generaciones de estudiantes y usuarios pasar por las dependencias deportivas. Llegó a conocer familias completas, donde niños y niñas partían con clases de natación y luego se sumaban padres, madres y hermanos. “Conocía a muchos funcionarios antiguos, académicos, estudiantes y egresados”, señala Parra. Era gentil y siempre entablaba conversaciones con quienes llegaban a su mesón de atención. “Le gustaba su trabajo y siempre se expresó muy bien de la universidad, de quien se sentía agradecido”, agrega.
Un gran sentido del humor
No sabía nadar. Pero su miedo al agua también lo transformó en anécdotas y risas, como aquella vez después de subirse a un bote en La Serena junto a Pablo, su hijo. “Andábamos en Islas Damas. Se veía un muro de agua de unos 10 metros y mi papá, con salvavidas, se afirmaba de todo lo que podía y no paraba de reír”, rememora sonriendo. “Nunca más me subo a un bote”, le dijo cuando llegaron a tierra.
Según sus cercanos, solía compartir historias con remates inesperados y muy graciosos. “Tenía una risa fuerte y nos contagiaba a todos, como aquella vez que nos contó del primer guardia de la piscina que estuvo nada más que una noche porque sintió que lo penaban”, dice entre risas la profesora Cortés. También era aficionado a la hípica, de la que le gustaba conversar con los jardineros del campus. Así, entre charla y charla, una vez se enteró de que el caballo al que había apostado 100 pesos era el ganador de una carrera por la que algunos fanáticos querían quemar el hipódromo.
En 2016, Francisco presentó problemas cardíacos, los que conllevarían el tener que someterse a cirugías complejas, una posterior enfermedad renal y el alejamiento de sus funciones. Sin embargo, anhelaba poder retomar su trabajo en la UC.
En marzo de 2020 llegaría la pandemia a cambiarlo todo pero, a pesar de este panorama adverso, Francisco continuaba con la esperanza de su recuperación y de su regreso a la universidad. El año pasado le detectaron un cáncer y, pese a los tratamientos que recibió, no tuvo un buen pronóstico.
Unos días antes de que le dieran el alta de su última hospitalización le detectaron Covid-19. Falleció el 14 de febrero de 2021. Tenía 63 años.