Elisa Loncon: La descolonización de la lengua
Elisa Loncon tiene un sueño: que los colegios chilenos enseñen mapudungún. En una vida de lucha contra el rechazo y la discriminación, ha aprendido que hablar un idioma diferente no es un defecto, sino que una riqueza. Ha visitado otros países ensalzando los valores de su pueblo desde la academia. Es una de las principales impulsoras del proyecto de Ley de General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Originarios que hace dos años descansa en el Congreso. El objetivo es fomentar la generación de políticas públicas en este ámbito. “Sin eso, nos silencian como cultura”, afirma.
*Este es un extracto de la entrevista publicada en Revista Universitaria nº 140, como parte del dossier "Palabra de Mapuche" a Elisa Loncon, actual presidenta de la Convención Constituyente. Leer la nota completa aquí.
Golpeo sin anuncios a la puerta de su oficina en la Universidad de Santiago. En ese lugar la académica pasa gran parte del día corrigiendo textos y preparando abnegadamente sus clases. En ellas aborda materias que expone con el peso de la historia que lleva a cuestas.
Su simpleza y austeridad engrandecen la contundencia de su trayectoria. Elisa Loncon Antileo (actualmente 58 años, una hija) ha llevado el nombre de la cultura mapuche al país y al mundo. Su cruzada por los derechos lingüísticos es una lucha personal y colectiva por preservar su identidad y la del pueblo que le dio la vida.
Desde la comunidad en la que creció, cerca de Traiguén en la región de la Araucanía, fue testigo del principio del fin que espera que nunca llegue. El fin de las tradiciones, de los ritos y del lenguaje. Así, como estudiante universitaria se reencontró con el orgullo de ser mapuche. De hablar el mapudungún fuerte y claro y así lo sigue haciendo.
Ha recorrido diferentes países recogiendo experiencias. La más importante fue en México, donde participó en un proyecto para que se enseñen en los colegios, según la región, las 56 lenguas que existen en ese país.
Se tituló como profesora de inglés de la Universidad de La Frontera, y en 1986 fue becada por el Instituto de Estudios Sociales de la Haya (Holanda) y luego por la Universidad de Regina (Canadá). Posee un Magíster en lingüística de la Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa UAM-I (México) y es estudiante de doctorado en Lingüística por la Universidad de Leiden (Holanda).
Es profesora de la Universidad de Santiago y también dicta algunos cursos en la Facultad de Letras de la UC (actualmente además es investigadora del Centro de Estudios Interculturales e Indígenas). Desde hace varios años ha participado en diversos proyectos para promover el aprendizaje del mapudungún, como es el caso de la creación de libros para enseñarlo a escolares de primero a cuarto básico. Participó en la elaboración del proyecto de Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Originarios de Chile. La propuesta, que defiende el lenguaje como un derecho humano y un factor fundamental de integración, se presentó hace dos años en el Congreso, pero aún no ha visto la luz (situación que continúa hasta ahora).
Oprimir la cultura a varillazos
Elisa nació en una comunidad llamada Lefweluán, que significa “lugar donde arrancaron los guanacos”. Sus padres Juan Loncon y Margarita Antileo formaron su familia con siete hijos. En su casa se hablaba el castellano y el mapudungún. Es una amante de las palabras y se relaciona con ellas desde su niñez. Por ello, las asocia a emociones positivas. “Yo crecí gozando el privilegio de tener dos idiomas”, dice, mientras recuerda juegos que hacían en su casa.
Cuenta que su padre quiso que todos sus hijos fueran al colegio, a pesar de que en las comunidades indígenas había enormes prejuicios contra las escuelas porque se prohibía hablar el idioma mapuche. Así, Elisa estudió en un establecimiento unidocente y luego ingresó a la universidad.
—¿Sus padres pudieron ir al colegio?
— Mi mamá estuvo tres años en la primaria y mi papá nunca fue a la escuela. Pero como él tenía muchas inquietudes respecto de los estudios, aprendió a leer a los 17 años en un fundo. Cuando niño quiso ir al colegio y trabajó para comprar sus materiales. Pero llegó un tío que les advirtió a mis abuelos que no era bueno, porque se avergonzaría de su familia y de sus raíces y que después no les iba a obedecer. Esto era verdad. El sistema educativo despojó a toda la generación de su lengua. No solo la despojó, sino que generó un precedente de que ser indígena y tener un habla propio es algo que no sirve, algo que es inmundo, algo que es sucio, algo que no tiene valor. Esto al punto de lavarles la boca con jabón a los niños que hablaban mapudungún. Así de duro fue.
—¿Usted presenció algo así?
—No, yo vi los castigos con varilla y unas picanas largas, o cuando los arrodillaban en las piedras. Mis compañeras en la universidad me contaron las historias de los lavados de la boca o cuando les pegaban a los chicos.
—¿Qué otras consecuencias generaba ir al colegio?
—Por ejemplo mi papá no tenía las trancas sociales de la cultura chilena. No era machista. En cambio mi mamá sí lo era, porque venía de una familia mapuche que también era evangélica. Por no tener la socialización de la iglesia ni de la escuela, mi padre tenía un pensamiento mucho más libre.
—¿Eso se notaba en la casa y en la distribución de los quehaceres?
—Sí, en todo, porque entre ellos hicieron una pareja muy organizada para la crianza. Todos íbamos a vender las verduras y huevos a la ciudad. Ayudábamos en la huerta, en la chacra, cuidábamos animales, chanchos y ovejas. Mi mamá nos coordinaba y distribuía.
En el caso de mi papá, por iniciativa propia aprendió a hacer muebles y tenía un pequeño taller. Nosotros crecimos en un ambiente de mucha producción, esfuerzo y trabajo en equipo.
—¿Cómo era la relación al interior de la comunidad en que vivían?
—La comunidad, de 15 familias, se ubicaba muy cerca de Traiguén y ya cuando éramos niños estaba más o menos mezclada, había chilenos casados con mapuche que estaban “mapuchizados” y hablaban mapudungún y también al revés. A la larga, con esa fusión se fue perdiendo la tradición.
—¿En esta comunidad estaba toda la estructura del pueblo?
—No, mi comunidad se “ahuincó”, en el fondo, fue asimilada culturalmente muy rápido. Incluso cuando yo era niña el lugar de la ceremonia del guillatún se transformó en un vertedero de basura de Traiguén. Estaba al medio de la comunidad, imagínate un espacio sagrado lleno de basura y los niños recogíamos los desechos. Fue terrible, trabajábamos mucho pero la pobreza era muy grande.
—A pesar de eso sus recuerdos de infancia son hermosos
—Claro, porque éramos una familia grande y vivíamos como 14 personas (entre tíos y primos). Más encima llegaba gente a quedarse porque habían perdido sus tierras y sus hogares. Mi casa siempre estaba abierta. Ahora mis padres siguen viviendo juntos en Traiguén.
La Lengua, una fuerza de la naturaleza
En el corazón del hogar de Elisa hubo una fuerte cultura oral que marcó sus intereses académicos. Se relataban historias antiguas, se conversaba, escuchaban las noticias en la radio, hacían cantos y bailes. “Tenía un tío que era fantástico para contar cuentos y nos hacía reír. Y mi hermano mayor, Ricardo, es poeta. Él actuó en una obra de teatro de Manuel Rodríguez que todos recitábamos”, narra Loncon.
Sus padres ahorraban para comprar libros. “Mi casa era una ruca con piso de tierra, pero habían libros de historia y de filosofía”, detalla. “Me gustaban los de Sócrates y Platón”.
Los conocimientos, ritos y tradiciones recibidos, orientaron sus estudios. Le transmitieron que la lengua es una fuerza de la naturaleza. Por eso, después de su Enseñanza Media en el liceo de niñas de Traiguén, donde estuvo muy sola y era tratada como “la india”, comenzó en 1980 su vida universitaria en Temuco.
“Mi casa era una ruca con piso de tierra, pero habían libros de historia y de filosofía”, detalla. “Me gustaban los de Sócrates y Platón” - Elisa Loncon, presidenta Convención Constituyente
—¿Cómo recuerda sus tiempos universitarios?
—Llegué a Temuco en los años 80. Vivía en un hogar donde tuvimos una convivencia muy enriquecedora con otros jóvenes indígenas. Hablábamos en mapudungún, me sentía feliz y liberada luego de haber escondido mi idioma. Aucán Huilcamán también era del hogar y él hacía la rogativa. Era buenísimo porque conocía perfecto el protocolo, eso me permitió conocer mejor las ceremonias. Como eran tiempos difíciles, nos vinculamos con la organización Admapu, que luchó contra la ley de división de las comunidades durante la dictadura.
—También participó en la creación de la bandera mapuche, ¿cómo fue eso?
—En el marco del Consejo de Todas las Tierras, creado en 1990 y que yo integré, nos replanteamos recuperar nuestra autonomía, para lo cual tenía que existir una bandera. Se hizo una labor de investigación en 300 comunidades que recopiló información valiosa sobre símbolos y colores que los identificaran. También participaron representantes de Argentina. Fue un proceso personal y colectivo de “descolonización” de nosotros mismos. Todos habíamos sido “colonizados” por la escuela, donde nos avergonzamos de tener una lengua distinta a la del resto de los chilenos. Al construir este emblema nos dimos cuenta de que nuestra cultura tenía mucho valor, aunque fuera diferente.
—¿Qué aprendizaje rescata de sus estudios en Holanda?
—En Holanda, a donde llegué becada en 1987 –junto a otros jóvenes líderes en derechos humanos de distintas nacionalidades– nuevamente viví ese gozo de lo que es tanta diversidad (…). Compartí con asiáticos, africanos, neozelandeses e indígenas de acá. Cuando volví decidí no enseñar más inglés, sino mapudungún. El inglés lo puede instruir cualquier persona, en cambio somos pocos los hablantes del mapudungún y menos los que sabemos enseñarlo. (...)
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