Los millennials enfrentan su reinvención
Se consideran millennials a los nacidos entre 1981 y 1996. ¿Es más o menos complejo para ellos que para otras personas adaptarse al encierro por la pandemia? Lo invitamos a leer el siguiente artículo del número 160 de la Revista Universitaria.
Los millennials (o el estereotipo al que estábamos acostumbrados) son personas que buscan su propio bienestar con más ahínco que las generaciones previas. Pensamos en ellos como viajeros o nómades, que cambian de trabajo sin pensar mucho en las consecuencias, sin programar su futuro, viviendo el momento
y con un uso de la tecnología que sus padres no habrían soñado.
¿Cómo afecta el confinamiento de la pandemia a esta generación? La vida cotidiana de todos ha cambiado dramáticamente y muchas metas que antes podían parecer fácilmente alcanzables hoy son impensables ¿Es más o menos complejo para ellos que para otras generaciones adaptarse a este encierro?
Es, por cierto, difícil dar una respuesta, inmersos como estamos en medio de la pandemia. Pero sabemos algunas cosas acerca de los integrantes de la también conocida como generación “Y” que nos pueden ayudar. Ellos –típicamente se considera así a los nacidos entre 1981 y 1996– constituyen la parte más importante de la fuerza de trabajo en el país. De acuerdo con los datos del Instituto Nacional de Estadísticas, entre enero y marzo de 2020 representaban un 34% de la fuerza laboral en Chile.
Los millennials tienen un mayor logro educativo que los X-ers –la generación que los precede–. De hecho, según datos de Estados Unidos ellos no solo tienen un menor riesgo de deserción escolar, sino una mayor participación de la enseñanza universitaria (Snyder & Dillow, 2009). Además, son menos proclives a establecer formas tradicionales de familia, en tanto poseen menores probabilidades de casarse y de tener hijos o de tener menos hijos que las generaciones previas a su misma edad (DePew & González, 2020).
Estos jóvenes crecieron en un periodo de vertiginoso cambio tecnológico y de desarrollo acelerado de las telecomunicaciones (Lloyd et al., 2013). Para ellos, Internet, las redes sociales y los dispositivos móviles se dan por sentado. Sin embargo, hay alguna evidencia de que el uso creciente de tecnología puede llevar a sentimientos de aislamiento social, ansiedad y depresión (Basset et al., 2016), lo que podría afectarlos negativamente.
Una parte importante de los millennials ya estaba en una posición de vulnerabilidad social antes de empezar la pandemia y otra ha caído ahí a raíz de esta. Es importante mantener en la retina a los grupos más frágiles e intentar nivelar de alguna manera la cancha, esforzándonos por crear oportunidades.
Un estudio reciente, que compara la salud entre la generación “X” (que la precede) y la “Y”, en Estados Unidos, nota que los primeros tienen una menor proporción de sobrepeso, lo que tiene sentido considerando que los millennials crecieron en una época en que la transición nutricional avanzaba hacia problemas de peso por exceso.
No resulta sorprendente entonces que tengan una proporción un poco mayor de enfermedades crónicas relacionadas con la obesidad. Este estudio usó datos del año 2000 (para la generación “X”) y de 2016 (para la “Y”), comparando a los dos grupos cuando ambas generaciones tenían entre 20 y 35 años, y la pandemia no estaba en el horizonte. Al mismo tiempo, los millennials aparecen con una prevalencia un poco mayor de estrés psicológico que la generación “X” (DePew & González, 2020).
Superar la fragilidad
Aunque no tengamos una comparación sistemática entre millennials y X-ers en Chile, los patrones de Estados Unidos tienen mucho sentido porque hemos visto cómo en décadas recientes en el país se expande el acceso a la educación superior, disminuye la tasa de nupcialidad y de fecundidad, avanza la epidemia de obesidad y tanto las enfermedades crónicas como la depresión empiezan a representar una mayor carga para la sociedad.
Otro punto importante a considerar es que la generación “Y” entró a un mercado laboral más globalizado y flexible que sus antecesoras. Probablemente a los trabajadores que tienen suficientes recursos individuales (por ejemplo, con altas credenciales educativas) esa flexibilidad sea una oportunidad que les permita perseguir más fácilmente trabajos que les traigan más satisfacción, desafíos o recompensas económicas. Pero para quienes poseen menos recursos individuales, esa flexibilidad se traduce en inestabilidad y precariedad.
De hecho, en Estados Unidos, pese a ser más educados, los millennials tienen tasas de pobreza más altas que la generación “X” (DePew & González, 2020). La mayor educación no estaría protegiendo la seguridad económica de los millennials en Estados Unidos o al menos no la de todos ellos.
El panorama, entonces, no se ve del todo favorable al preguntarse cómo se enfrentarán a la crisis que esta pandemia representa. En términos laborales, bien podría ser que su mayor educación no los proteja del todo. En términos de salud, es probable que tengan un perfil más frágil, con una mayor tendencia al sobrepeso, las enfermedades crónicas y problemas de salud mental.
Sin ánimo para fiestas
Con ese background, estos jóvenes enfrentan no solo el confinamiento, sino lo que venga después. Una nota de prensa reciente en Brasil, describiendo el escenario postpandemia, especulaba sobre más de la mitad de la población sin trabajo y sin dinero, y la otra parte sin ánimo para hacer fiestas. Cientos y cientos de tiendas, gimnasios, salones de belleza, librerías, bares y restaurantes que no abrirán, porque la pobreza que desolará al país haría inútil buscar clientes.
Una imagen como esa rememora la debacle que para el mundo significó la Gran Depresión. Este evento sirvió de base para el trabajo del sociólogo Glen Elder quien, desde 1960 en adelante, desarrolló la perspectiva del curso de vida. Elder empezó preguntándose por los destinos de los niños de la Gran Depresión, comparándolos con los que pertenecían a la generación anterior y posterior.
La pobreza en la infancia, el estrés de los padres por la inseguridad económica, la necesidad de dejar la escuela para trabajar, entre otros, trajeron consecuencias bien de largo plazo para ellos. En sus años 40, los niños de la Gran Depresión estaban peor que los de las generaciones anteriores y posteriores, quienes vivieron la infancia en tiempo de estabilidad o prosperidad económica.
A diferencia de los niños de la Gran Depresión de Elder, los millennials ya terminaron su infancia
hace un tiempo. En una posición más frágil que ellos estarían los infantes y adolescentes de hoy. La generación “Y”, en general, ya concluyó su carrera educativa, y ese es un aspecto importante a su favor. La capacidad de usar los recursos tecnológicos creativamente debería ser otro.
Agencia humana
Elder habla del concepto de “agencia humana” para describir la capacidad de adaptarse a situaciones adversas. Ese es un recurso que muchas familias de la Gran Depresión usaron, respondiendo con distintas estrategias ante la adversidad, como cambiarse de casa a un barrio más barato, tomar un segundo empleo y que las madres entraran al mercado laboral.
Algunas de esas estrategias son maravillosas, como que las mujeres ingresaran al mundo del trabajo, pero todas tienen costos, como pasarles a los adolescentes la carga del trabajo doméstico y de cuidado, y muchas de ellas no parecen posibles hoy.
Por ejemplo, tomar un segundo empleo, cuando lo único que crece en términos de trabajo es el número de
personas que cobran el seguro de cesantía.
De todas maneras, lo que define la agencia es la capacidad de sobreponerse creativamente a la adversidad. Ese ímpetu es un recurso que probablemente necesitemos todos en la pandemia y después. Sin embargo, esa cualidad no se da en el vacío, sino en las estructuras sociales en las que estamos inmersos en un determinado momento histórico, “ni los más talentosos se pueden sobreponer a las adversidades de la vida sin oportunidades” (Elder, 1998: 9).
Las políticas públicas que definamos hoy pueden marcar una diferencia radical para el futuro de los millennials y de todos. El coronavirus ha acrecentado la vulnerabilidad de los grupos que ya estaban en las posiciones más frágiles de nuestra sociedad y eso, ciertamente, incluye a los de esta generación. Aunque tengamos el estereotipo de un millennial que se va al Sudeste Asiático a buscar su verdadero yo, ¿cuántos miembros de este grupo efectivamente hacían eso?
Es importante mantener en la retina a los más vulnerables e intentar nivelar la cancha, esforzándonos por crear oportunidades para los millennials, los centennials, para los X-ers y para la generación que es
tan niña que ni siquiera ha sido bautizada.
Le invitamos a leer la edición completa 160 de la Revista Universitaria.