María Chayinska: de Chernóbil y otras revoluciones
La investigadora ucraniana del COES y la Escuela de Psicología UC también aplaude la nueva serie de HBO. Pero aclara que esto es más que una miniserie de cinco episodios: es una herida de 33 años.
Cuatrocientos kilómetros separaban a María de Chernóbil al momento de la explosión, lo mismo que separa Santiago de Chillán. «Una distancia relativamente segura», dice. Tenía tres años en abril del ‘86, pero sabe que sus padres se enteraron por amigos de que «algo» había ocurrido. Y que debían cerrar las ventanas y no salir a pasear como lo hacían en primavera las familias de Ternópil. Así se llama su ciudad, la que rima con el nombre del accidente nuclear más grande de la historia y que gracias a la serie de HBO volvió a ser noticia.
Pero Chernóbil nunca se fue para Ucrania, dice María Chayinska. Tiene 36 años, lleva poco más de un año en Chile y es investigadora posdoctoral del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES) y de la Escuela de Psicología UC. Hasta el día de hoy, cuenta, las personas preguntan en los mercados si los arándanos o el pescado provienen de las cercanías a la excentral nuclear y no pocos cuentan con sus propios medidores de radiación. "La serie es muy popular y los ucranianos que fueron testigos del desastre se sorprenden de lo precisa que es su cronología", agrega.
Chernóbil, eso sí, es solo uno de los grandes remezones que ha vivido su país. Cuando entró al colegio, en 1991, Ucrania se independizaba de la Unión Soviética y los textos de ruso fueron reemplazados por los de ucraniano, lengua materna de la mayoría de quienes, como ella, nacieron al oeste de Ucrania. "El río Dniéper divide a mi país en dos, y el lado oriental tiene más lazos con Rusia. Nosotros, con Europa".
Luego, en 2004, mientras estudiaba psicología en Ternópil, estalló la Revolución Naranja. "Muchos percibimos que las elecciones presidenciales entre Víktor Yúshchenko –más cercano a Europa– y Víktor Yanukovich –el ganador, apoyado por Rusia– habían sido fraudulentas". Incluso, el candidato Yúshchenko fue envenenado durante la campaña. Tras la revuelta, las elecciones se anularon y Yúshchenko, quien logró sobrevivir, ganó los nuevos comicios.
Una gota en el océano
Cuando finalizó el pregrado, María quería entender qué hacía que las personas se movilizaran por una causa. Por eso, en 2010 decidió hacer un doctorado conjunto en psicología social en Italia e Irlanda, y mientras eso ocurría, en 2013, una segunda y más grande revolución la sorprendió en la tele: el Euromaidán. El gobierno ucraniano –pro-ruso– se enfrentaba con los ucranianos proeuropeos por la dirección del país. "Me dolía estar en Irlanda. Así que volé en Navidad a Ucrania para ver a la familia y participar de la revolución en Kiev", cuenta. La maidán ("plaza") de la Independencia fue el epicentro. "Eran diez mil personas en el mismo lugar. El Euromaidán se consiguió gracias a que muchos se sacrificaron por ir a la capital. Cada persona fue como una gota en el océano". Luego, en 2014, el presidente huyó a Rusia y se llamó a elecciones, tras un acuerdo ante los ojos de Moscú y la Unión Europea. Sin embargo, la paz duró muy poco. Ese mismo año, los rusos ocuparon la península ucraniana de Crimea. «Ahora solo podemos ir a la región con pasaporte, como una extranjera».
Saludar al sol
María se adjudicó un proyecto Fondecyt de posdoctorado para investigar el conflicto entre el Estado y el pueblo mapuche en La Araucanía. Para ella, hay ideas «congeladas» y estereotipos que cada lado tiene del otro, y una vez que las descubres, puedes descongelarlas y llegar gradualmente a un acuerdo. María vive junto a Daniel, su esposo ítaloargentino. Él es entrenador de rugby y juntos tienen a Darina, su hija. Con ella María practica yoga y «saluda a sol» todas las mañanas. Tiene tres años: los mismos que ella tenía cuando estalló la central. Por eso María suele recordar a los niños que debieron ser adoptados por familias en el extranjero para huir de Chernóbil. Chayinska no entiende el «turismo alternativo» que ha surgido en torno a la excentral atómica. "Jamás iría. No es turismo, es una tragedia», dice y se pregunta: «Si toda la vida buscamos alejarnos de Chernóbil ¿por qué otros querrían viajar a ese lugar?".