¿Por qué es tan importante el llamado a la paz del Papa Juan XXIII?
El 11 de abril se cumplen seis décadas desde que el llamado “Papa bueno” publicara su encíclica Pacem in Terris, la que llama a los estados a sentarse en la misma mesa en pos de la paz, en tiempos de plena guerra fría, en que el mundo se dividía en dos bloques irreconciliables. Aquí, un extracto del artículo publicado en revista Humanitas, “Paz en la Tierra”.
Era el Jueves Santo de 1963. El mundo se encontraba en plena guerra fría y habían transcurrido apenas seis meses desde la “Crisis de los misiles”, episodio que mantuvo a la humanidad al borde de un enfrentamiento nuclear. Es en este contexto en el que el Santo Padre, Juan XXIII, quiso recordar aquella invitación al amor como fuente de la que puede emanar cualquier posibilidad de paz y hermandad entre los pueblos.
Su encíclica, Pacem in Terris (Paz en la Tierra), propuso algunos puntos que buscaban servir para que los Estados, en sus relaciones internas e internacionales, fueran capaces de sentarse en la misma mesa a dialogar.
La Iglesia había ya dado un primer paso, convocando dos años antes a un Concilio, que permitiría pensar su relación con el mundo moderno en un diálogo ecuménico y sincero.
Conocido como el “Papa bueno”, Juan XXIII era optimista respecto al ser humano y su capacidad de conversión, a aquella bondad intrínseca y que permite la comprensión mutua; era optimista respecto al futuro y a la posibilidad de paz entre los pueblos.
El tema central de la Encíclica es el mismo que el de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU -firmada 15 años antes-.
Esto es: la paz, “suprema aspiración de toda humanidad a través de la historia”. En distintos niveles: entre las personas, entre los grupos y asociaciones intermedias, y en las relaciones internacionales. Una paz universal.
Sin embargo, a diferencia de la Declaración de 1948, Pacem in Terris afirma un fundamento para aquella paz, el orden establecido por Dios, fundamento que permite escapar de los prejuicios de cada época y sostenerse en el horizonte de lo infinito.
El documento analiza el orden social en cuatro dimensiones:
- El nivel interindividual, esto es, en las relaciones civiles. Plantea una concepción personal y comunitaria del ser humano, reafirmando su dignidad, la que es elevada aún más a la luz del Evangelio, por la redención y la filiación divina.
- El orden político nacional y sus exigencias. Se afirma la necesidad de una autoridad legítima, autoridad necesaria, proveniente de Dios y que debe estar sometida al orden moral y dirigirse al bien común. Se enumeran algunos deberes de los gobernantes en orden al bien común y algunos principios que deben seguir las constitucionales jurídico-políticas de las sociedades.
- El orden político internacional, donde se plantea que las relaciones internacionales deben regirse por las normas de la verdad, la justicia, la solidaridad activa y la libertad. La encíclica se explaya especialmente en el punto de la solidaridad activa, planteando que no basta con no perjudicar a las demás comunidades políticas, sino que es necesario unir esfuerzos “siempre que la acción aislada de alguna no baste para conseguir los fines apetecidos”.
- El orden social universal, donde se insiste en la interdependencia profunda de todos los pueblos y en la necesidad de una autoridad política de alcance mundial.
Uno de los puntos que más resonaron de Pacem in Terris fue su rechazo a la carrera armamentista y a la guerra en sí, afirmando su completa irracionalidad.
La carta exhorta a las naciones a prohibir las armas atómicas y buscar un desarme simultáneo, a la vez que promueve relaciones internacionales no regidas por la fuerza de las armas, sino “por las normas de la recta razón, es decir, las normas de la verdad, de la justicia y de una activa solidaridad”.
El documento también hace un rechazo a la “guerra justa”, línea que ha continuado el Papa Francisco en su encíclica Fratelli tutti: “Ya no podemos pensar en la guerra como solución, debido a que los riesgos probablemente siempre serán superiores a la hipotética utilidad que se le atribuya”.
Otro punto importante fue su defensa explícita a la libertad religiosa o “derecho al culto divino”, reivindicando el derecho de adorar a Dios según la “recta norma” de la propia conciencia.