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Estudio sobre segregación social:

¿Qué implicaciones éticas tiene el uso de la tecnología en la investigación?


Esta fue la pregunta que se hicieron los investigadores de la Escuela de Psicología, Roberto González y Siugmin Lay, tras una investigación que buscaba “mapear” la segregación social en tres comunas de Santiago a través del uso del GPS de teléfonos celulares. El resultado fue un artículo respecto de la reflexión ética del uso de estos datos, que fue publicado en un número especial del prestigioso journal American Psychologist.

Mujeres migrantes en un paradero

photo_camera “¿Cuáles son los desafíos éticos que trascienden la investigación? Debemos poner especial foco en la investigación cuando estamos abordando temas que son de alta sensibilidad y aquí partimos reconociendo que lo más importante es garantizar la confidencialidad y el anonimato de los participantes”, explica el profesor Roberto González. (Crédito fotográfico: César Cortés Dellapien)

American Psychologist es una de las revistas más prestigiosas en el ámbito de la psicología en el mundo. Por eso, cuando el journal realizó un llamado abierto para colaborar en el número especial sobre ética en la investigación, los profesores Roberto González y Siugmin Lay, ambos investigadores del Centro de Medición Mide UC, de la Escuela de Psicología, no dudaron en participar en el llamado.

Desde 2020 que se encontraban trabajando en un proyecto Fondecyt que buscaba estudiar la interacción social entre la población chilena y comunidades que migraron a Chile, utilizando la información geoespacial recolectada a través de teléfonos celulares. Esto, utilizando una herramienta que dos académicos - Jonathan Huck, del departamento de Geografía de la Universidad de Manchester y John Dixon, de la Escuela de Psicología de Open University- habían desarrollado para estudiar la segregación geoespacial en Belfast entre católicos y protestantes, dos grupos con una historia de conflictividad de larga data en Irlanda del Norte.

Producto de ese conflicto, los barrios se segregaron en función de la religión, quedando algunos sectores completamente separados unos de otros. De ahí que estos académicos crearon una aplicación para el teléfono en base a GPS, que permite conocer qué lugares frecuentan las personas, por qué calles circulan y por cuáles no, etc. Gracias a ello fue posible estudiar cómo ocurre esta segregación geoespacial de estos dos mundos, católico y protestante, en el contexto de Irlanda del Norte.

Sin embargo, la pandemia y otros aspectos -técnicos, económicos y sociales, entre otros- hicieron que esta metodología no tuviera el éxito que se buscaba aplicándola en nuestra realidad, en Chile. Pero el proyecto tuvo un giro inesperado: generó una reflexión respecto de los aspectos éticos que se deben tomar en cuenta a la hora de utilizar este tipo de tecnologías en una investigación.

El resultado quedó plasmado en el artículo “The use of GNSS technology in smartphones to collect sensitive data on human mobility practices: Ethical challenges and potential solutions”, el que fue publicado en el número especial de American Psychologist, por los autores Roberto González, Siugmin Lay, Jonathan Huck y John Dixon.

La experiencia en Chile

Al conocer esta investigación en Irlanda del Norte, el profesor Roberto González pensó en replicar esta experiencia en nuestro país. “Quería hacer algo así en Chile, pero con población migrante en los barrios donde coexisten distintos grupos migrantes y locales”, explica.

La idea era hacer un estudio de segregación socioespacial que involucrara a migrantes y chilenos que viven en tres comunas de la capital chilena: Estación Central, Independencia y Santiago. “Queríamos seguir las trayectorias en sus barrios, conociendo los lugares que frecuentan o que evitan, los lugares donde confluyen a través de sus teléfonos y hacer un mapa de la segregación social, a partir de la información georeferenciada de los participantes. Esta información geoespacial se combinaría con la que se obtuvo a partir de “entrevistas caminando” que permiten identificar y darle sentido a los lugares dentro de los barrios. Estas entrevistas fueron hechas tanto a chilenos como migrantes de las comunas.

La medición de la segregación socioespacial era uno de los componentes de un proyecto más amplio que involucraba llevar a cabo una intervención en los barrios orientadas a promover cohesión social y el análisis de las relaciones intergrupales entre miembros de las comunidades migrantes y locales en los barrios seleccionados. El estudio contempló la participación de aproximadamente 1000 personas: 200 representantes por cada grupo (venezolanos, colombianos, haitianos, peruanos y chilenos), que fueron elegidos de manera aleatoria en barrios específicos de las comunas seleccionadas.

“Nuestra hipótesis era que las personas que tuviesen mayor y mejor contacto con personas de otros grupos, iban a tener y reportar mejores actitudes hacia esos otros grupos”, explica la investigadora Siugmin Lay y agrega: “Pensamos que reportarían más conductas pro sociales hacia personas de otros grupos, tendrían un mayor bienestar subjetivo y se iban a sentir más cómodos en su barrio y experimentarían un mayor sentido de pertenencia”. En suma, esta mayor interacción entre grupos afectaría positivamente la cohesión social, lo que se vería reflejado en una menor segregación.

El uso del dispositivo tecnológico permitiría entonces mapear cómo a lo largo del tiempo cambiaban o no las relaciones entre los miembros de estas distintas comunidades en los barrios estudiados. En el fondo era una medida conductual que haría cuenta de un cambio producto de la intervención que el proyecto quería hacer en los barrios para promover experiencias de contacto positivo. Por ejemplo, a través de actividades deportivas, festivales culinarios, recuperación de áreas verdes, entre otras, todas estas iniciativas se estaban coordinando con los equipos de las distintas comunas que participaban en el estudio.

Sin embargo, esto no se pudo comprobar. Debido al estallido social que afectó a buena parte del país en octubre de 2019, primero y la pandemia por coronavirus después, fue imposible realizar las intervenciones originalmente propuestas en el proyecto Fondecyt, sumado a problemas logísticos relacionados con los requerimientos de la aplicación (memoria, plan de datos o duración de batería). Todo ello llevó a los investigadores a cambiar la metodología, realizando intervenciones de manera online a través de videos.

Los investigadores Roberto González y Siugmin Lay de MIDE UC. (Crédito fotográfico: Lissette Sepúlveda, Coordinadora de Comunicaciones MIDE UC) 

Reflexión ética

A pesar de que no pudieron aplicar la metodología deseada, como reconoce Roberto González, “lo importante fue el proceso”. Precisamente estas dificultades llevaron a los académicos a reflexionar en torno a los temas éticos de investigación, en concreto, a partir de la aplicación que desarrollaron para realizar el estudio, lo que quedó plasmado en el artículo publicado en American Psychologist.

Los investigadores describen que el uso de tecnologías pueden plantear importantes desafíos éticos, lo que entre otras cosas implica la consideración de nuevas amenazas a la confidencialidad y anonimato de los participantes, problemas de recopilación de datos “imprevistos” y explotación de los datos, dificultades para lograr el consentimiento debidamente informado y preocupaciones en cuanto a la representación de poblaciones vulnerables con acceso limitado a los teléfonos inteligentes y con un temor legítimo a ser vigilados.

“Nosotros identificamos esos desafíos éticos que están referidos al uso de esta tecnología con celulares”, comenta Roberto González y agrega: “¿Cuáles son los desafíos éticos que trascienden la investigación? Debemos poner especial foco en la investigación cuando estamos abordando temas que son de alta sensibilidad y aquí partimos reconociendo que lo más importante es garantizar la confidencialidad y el anonimato de los participantes”.

De ahí la importancia que los datos estén encriptados a través de un mecanismo que garantice el anonimato, y de esta manera, la confidencialidad. Y esto se realiza no solo a través del debido cuidado en el almacenamiento y manejo de las bases de datos, sino que también de técnicas cartográficas que permiten generalizar los puntos de datos de los participantes.

Siugmin Lay añade que también “estaba el desafío de poder explicarle a los participantes cómo funcionaba la aplicación y generar así un muy buen consentimiento informado”. “Esta es la única forma de hacer estudios de este tipo, ya que necesitas construir vínculos de calidad y confianza con los participantes”, acota Roberto González.

Como concluye la profesora Lay, “algo que me llamó la atención es que las consideraciones éticas no solo se relacionan con el resguardo de los datos, confidencialidad, consentimiento informado, etc., sino también con preguntarse a quiénes se le está dando voz en nuestro estudio, a quiénes estamos representando?”. Y agrega: “También es parte del trabajo de un académico en un estudio, poder darle voz y tratar de facilitar la participación a todos aquellos que estamos buscando representar en esa investigación”.

Finalmente, en el artículo publicado, además de abordar estos dilemas éticos surgidos en ambos proyectos, los autores hacen una serie de recomendaciones para quienes investiguen con tecnologías equivalentes de georeferenciación.

 


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