Rememorando a Gandhi
Ad portas de un nuevo aniversario de la muerte de Gandhi, el profesor de Historia del Arte UC, Pedro Celedón, recorre en esta columna algunos de los pasajes y aportes de su vida. “La doctrina de Gandhi se fue construyendo entre la política, el respeto a las costumbres de su pueblo, y la religión, abriéndose al interior de esta última no solo a los preceptos hindúes, sino que a todas las enseñanzas sagradas, e incorporando aquello que le servía para solidificar los grandes pilares de su fe: el amor, la verdad y la no violencia”, manifiesta.
Es casi imposible para quienes hemos consagrado la vida a la educación, no convocar año a año ese atardecer del 30 de enero de 1948 señalado para muchos y muchas como uno de los crepúsculos más dolorosos de la vida moderna, al infiltrarse una mano asesina en medio de la multitud auto convocada para acompañar en oración a quien atravesó dos guerras mundiales y la independencia de su nación, optando por la paz y la no-violencia.
Quienes acompañaban en ese momento a Mohander Karanchad Gandhi vieron aproximarse a un hombre vestido con uniforme militar. Se acercaba ocultando un revolver entre sus manos unidas a modo de saludo, y al inclinarse ante Gandhi , Mamu, una de las sobrinas nietas del Mahatma (Gran Alma, en sanscrito) pensó que quería tocar los pies del padre de la India, por lo que alargó sus brazos para apartarlo amablemente puesto que este tremendo líder luchaba contra esos gestos de devoción hacia su persona, sacándose las ofrendas florales que tantos colgaban en su cuello y deteniendo ese ademán de sumisión tan recurrido para venerar a los líderes espirituales en la India nueva y milenaria.
Gandhi se ofrece a la historia de la cultura actual como la figura exacta de lo que puede ser la encarnación de las fuerzas del espíritu. Su vida y su obra no estuvieron nunca rodeadas ni de hierofanía, ni de hermetismo esotérico y menos aún desarrolló un discurso sobre la base de una religión en la que él pudiera alzarse como sumo sacerdote.
Gandhi había terminado solo doce días antes el prolongado ayuno con el cual detuvo la matanza entre hindúes y musulmanes, puesto que su pueblo compuesto en la época por 400 millones de personas (hoy 1.408 millones) comprendió que Bapu, “El Padre”, estaba decidido a dejarse morir si no deponían su belicosa actitud. Era un anciano en un país con un sistema de comunicaciones más que deficiente y en territorio tan extenso como la actual Rusia, quien lograba una vez más hacer lo que ni política, ni dinero, ni ejercito alguno estaba ni está en condiciones de realizar: apaciguar los ánimos encendidos al grado del saqueo, el ultraje y el crimen, en una nación que se dividía dando origen a dos países: India y Pakistán.
Es indudable que Gandhiji (diminutivo amoroso de su apellido) se ofrece a la historia de la cultura actual como la figura exacta de lo que puede ser la encarnación de las fuerzas del espíritu. Su vida y su obra no estuvieron nunca rodeadas ni de hierofanía, ni de hermetismo esotérico y menos aún desarrolló un discurso sobre la base de una religión en la que él pudiera alzarse como sumo sacerdote.
Casado a los 13 años con quien será su compañera de vida, Kasturba Makhanji, se recibirá de abogado en Inglaterra y comenzará una vida burguesa hasta que su propio trabajo lo enfrenta a la enorme diferencia que existía en el trato y las oportunidades de las personas. Su escuela fue África del Sur, pero su personalidad florecerá al regresar a la India e incorporarse al Partido del Congreso fundado por ingleses liberales y llevado en la década del 20 por familias indias de educación europea y grandes fortunas locales.
En el Partido del Congreso militaban luchadores hindúes y musulmanes, como Jawaharlal Nehru, Sarojini Naidu, Maulana Azad, Abdul Ghaffar Khan y Mohammed Ali Jinnah quien terminará siendo el principal ideólogo de Pakistán.
La doctrina de Gandhi se fue construyendo entre la política, el respeto a las costumbres de su pueblo, y la religión, abriéndose al interior de esta última no solo a los preceptos hindúes, sino que a todas las enseñanzas sagradas, e incorporando aquello que le servía para solidificar los grandes pilares de su fe: el amor, la verdad y la no violencia.
Sobre este último punto el Mahatma siempre manifestó que su inspiración le surgió como una evidencia desde las enseñanzas de Cristo, puntualmente de su designio de ofrecer frente a un ataque, “la otra mejilla”, contradiciendo la milenaria y nefasta ley patriarcal del “ojo por ojo”.
De su autobiografía subtitulada “Mis experiencias de la verdad” se desprende claramente una cultura sólida materializada sobre todo en las granjas comunitarias que fundó, siendo la más conocida la que llevó por nombre el del escritor ruso León Tolstoi.
La doctrina de Gandhi se fue construyendo entre la política, el respeto a las costumbres de su pueblo, y la religión, abriéndose al interior de esta última no solo a los preceptos hindúes, sino que a todas las enseñanzas sagradas, e incorporando aquello que le servía para solidificar los grandes pilares de su fe: el amor, la verdad y la no violencia.
Para Gandhi cultivar el espíritu era una tarea que requería de ejercicios precisos compuestos entre otros por lectura de textos sagrados, meditación, alimentación vegetariana, abandono del orgullo y entrega a las labores menores con la misma dedicación que a las más nobles.
En su autobiografía se lee: “Desarrollar el sentido espiritual del ser es formar el carácter y permitir a cada uno trabajar en el conocimiento de Dios y de sí mismo”, dado que, “toda formación es banal e incluso nociva si no se realiza a la par con el cultivo del espíritu”.
Cuando Nathuran Godsé de 39 años, director ocasional de un periódico y seguidor del extremista hindú Vinaiak Dámodar Savarkar, disparó desde poco más de un metro sobre el pecho desnudo del Mahatma, no solo tomó la vida de un líder viudo de 79 años al cual había jurado matar por entregar territorios a los musulmanes, sino que selló una cábala macabra ejerciendo la fuerza de las armas contra quien refundó la cultura de la Paz, teniendo ecos posteriores entre otros en los asesinatos de seres tan brillantes como Malcolm X, Martin Luther King y John Lenonn.
Ese crimen que hoy cumple 75 años, aunque sucedió en India, puntualmente en Birla House, residencia ocasional de Gandhi en Nueva Delhi, se transformó inmediatamente en la reedición del signo de Caín.
Los anales del futuro podrán seguir buscando interpretaciones a este gesto surgido de un continente rico en simbolismos y augurios, donde un falso soldado, un joven militante de un partido fundamentalista intrascendente, crucificó al estilo siglo XX a unos de los hombres más grandes que ha tenido el planeta.
Lo que no pudo matar, eso sí, es su enseñanza en la cual se encuentra una buena parte de las respuestas necesarias para ofrecer resistencia a la afiebrada anticultura hedonista, egoísta e irresponsable que abunda en la actualidad.