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Revista Universitaria publica edición especial "Chile territorio vivo"


Tenemos los cielos más claros, los terremotos más temibles y el asentamiento humano más antiguo de América. Los laboratorios naturales abundan en nuestro país y es el tema que aborda la el artículo "País abierto a la investigación" en su edición 139, la Revista Universitaria.

El concepto fue impulsado en Conicyt el año 2013. El término pretende identificar las áreas donde tenemos ventajas comparativas que nos permitan asociarnos con científicos a nivel mundial y transformarnos en un polo de desarrollo.

El conocimiento científico es fundamental para el desarrollo socioeconómico y cultural de países emergentes como el nuestro. La Ciencia y la Tecnología nos cambian la vida imperceptiblemente, casi siempre para bien. Sin embargo, su avance requiere de cuantiosos recursos, los cuales pueden ser destinados a otras opciones que también mejoran la calidad de vida, como la salud, la vivienda y la educación primaria. La ventaja de estas últimas alternativas es que son más tangibles, tienen impacto en el corto plazo y atraen la atención de los políticos y tomadores de decisiones. Esto nos llevó a preguntarnos en Conicyt, mientras yo era su presidente, si había alguna otra manera de hacer ciencia que fuera atractiva para los científicos, “vendible” a la clase política y, a la vez, relevante para nuestra nación y el mundo.

La experiencia demuestra que en las últimas décadas los gobiernos han estado abiertos a financiar ideas interesantes en investigación científico-tecnológica. De hecho, el presupuesto de Conicyt se triplicó en el período 2008-2014 y la inversión fiscal apoyó instrumentos nuevos como los proyectos Basales, la Iniciativa Científica Milenio, Becas Chile y el Fondequip (Fondo de Equipamiento Mediano), entre otros. Iniciativas desde Corfo, como los Centros Internacionales de Excelencia en I+D, dieron una señal de apertura a la colaboración con el mundo desarrollado.

Hoy en día la ciencia y sus aplicaciones no reconocen fronteras y existe a escala mundial una enorme “nube de conocimiento” que crece a una velocidad impresionante, y a la que se accede libremente. En este estado de cosas, es difícil encontrar espacios para el descubrimiento que sean novedosos o provocadores y no meras adiciones marginales a una disciplina.

Por otra parte, el establecimiento de masas críticas para que la lluvia de esta nube sea fértil requiere incrementar rápidamente el número de expertos en nuestro país y seducir a investigadores extranjeros a través de una cooperación internacional que responda preguntas originales y ofrezca oportunidades únicas.

David contra Goliat

Mi idea sobre los laboratorios naturales empieza a tomar forma a partir de dos vivencias mientras era presidente de Conicyt. La primera fue en el Palacio de La Moneda, cuando el Presidente Piñera recibió al australiano Brian Schmidt, Premio Nobel de Física 2011, y le dio la bienvenida en la que creía era su primera visita al país. Schmidt le respondió: “Presidente, ¡he venido a Chile más de veinte veces!”. Es que la mayoría de los astrónomos de talla planetaria han hecho observaciones desde nuestro territorio. La segunda fue en una entrevista en la Universidad de Columbia con el destacado economista Jeffrey Sachs, experto en el rol de la Ciencia, Tecnología e Innovación para el desarrollo de países emergentes.

A principios de los años 90, Sachs había propuesto un mapa mundial basado en la capacidad de producir y/o adoptar tecnología (ver figura) y sugerido nuevas formas de relación entre países generadores de conocimiento y regiones excluidas de la CyT. Tímidamente le expuse que teníamos laboratorios naturales únicos para desarrollarnos en este ámbito y le comenté el ejemplo de la Astronomía. Me miró y me dijo: “That’s an excellent idea”. Tras estudiar en dos universidades de la Ivy League, sé que cuando uno de sus profesores dice esto es porque realmente lo cree.

El término “laboratorio” nos evoca un espacio dedicado a la experimentación científica en el más amplio uso del término (incluyendo las Ciencias Sociales, Artes y Humanidades). Un laboratorio natural es una singularidad o anomalía que se puede deber, entre otras causas a un hito geográfico o geofísico único (como un sitio arqueológico, un ecosistema local, una falla geológica o un volcán activo); el legado de una tradición científica o la eclosión natural de una masa crítica de expertos; y la implementación de una política pública de largo plazo que requiere de la generación de conocimiento científico para resolver un problema (por ejemplo la desnutrición infantil en Chile o la sustitución de combustibles fósiles en Brasil).

Ellos explotan las ventajas comparativas que tienen los países en este aspecto y los apartan de una competencia casi fútil, donde es difícil que un pobre “David” le haga mella a los acaudalados “Goliat” de la ciencia mundial. Las páginas siguientes exponen en palabras de destacados investigadores nacionales e internacionales, la visión de por qué su quehacer es relevante para Chile y singular para el mundo. Astronomía, sismología, oceanografía, energías renovables, poblamiento temprano, biodiversidad, cambio climático y megaciudades son los temas que convocan. La lectura nos hace recorrer al Chile único para el conocimiento, desde un asoleado desierto hasta la gélida Antártica y de los límpidos cielos precordilleranos a las profundidades del Océano Pacífico.

Me ha impresionado lo recurrente que son los términos “interdisciplinario”, “transdisciplinario” y “multidisciplinario”, lo que revela otra característica peculiar de los laboratorios naturales: atraen e integran a muchas áreas del conocimiento y, en particular, de las Ciencias Sociales, pues ellos deben establecerse y convivir con comunidades locales. También de las humanidades, para conformar un relato que dé contexto y sentido a las acciones.

Por razones de espacio han quedado fuera muchos casos que ameritan con creces ser analizados:

 

  • Los pescadores y cazadores recolectores de la cultura Chinchorro, quienes habitaron la costa del desierto de Atacama a partir del siglo VII a.C., son un ejemplo de asentamiento humano temprano en un ambiente hostil. Esta cultura es reconocida a nivel mundial por sus ritos funerarios. Ellos fueron los primeros humanos en momificar artificialmente a sus muertos, doscientos años antes que los egipcios.
  • Nuestra loca geografía posee variadas condiciones que favorecen la presencia de organismos extremófilos. Entes microscópicos que viven en ambientes de altas o bajas temperaturas (géiseres y lagos subterráneos en la Antártica, respectivamente), excesiva salinidad o presencia de compuestos azufrados, mínima humedad (en el desierto de Atacama) o bajo altas presiones como en el fondo marino. Su genómica puede contener secretos importantes para entender la vida en nuestro planeta y también para derivar aplicaciones en biominería y la producción de fuentes sustentables de energía, entre otras.
  • Chile es un paraíso fitosanitario naturalmente protegido contra muchas plagas que afectan a la producción agropecuaria. Además, es una de las cinco regiones del mundo propicias para el cultivo de alimentos que constituyen la dieta mediterránea, una de las más saludables que se conocen. Esta es una invitación a constituirnos en el siglo XXI en exportadores de alimentos naturales saludables y poseedores de una gastronomía de nicho.
  • Tenemos la mayor superficie de glaciares en Sudamérica, cuyo monitoreo es fundamental para entender el efecto del cambio climático en el hemisferio sur.

Estos ejemplos y los que se proponen en los artículos de este número revelan otra particularidad muy importante: la gran mayoría están situados en regiones. Por tanto, son una solución “natural” para el desarrollo de estas zonas, complementando o sustituyendo las alternativas ficticias hasta ahora ensayadas que emulan a escala menor lo que se hace en la gran metrópolis. En los artículos que siguen se presentan casos que muestran que la “astronomización” de la ciencia chilena se está instalando. Pero los laboratorios naturales hay que descubrirlos y necesitan de “adalides” que los impulsen con dedicación y pasión.

Agradezco en primer lugar a los autores de los textos, quienes hicieron una pausa en sus ocupadas agendas para preparar los manuscritos en tiempo récord; a Fernando Flores, expresidente del Consejo Nacional de Innovación para la Competitividad (CNIC), que enganchó rápidamente con la idea (a pesar de que al  comienzo pensó que la había “googleado”); a Carolina Moreno que me ayudó en Conicyt a recopilar y analizar antecedentes sobre este tema y a Miguel Laborde, director de Revista Universitaria, quien acogió mi sugerencia de publicar estos textos con entusiasmo pero, sobre todo, con cariño.

Artículo disponible en el último número de Revista Universitaria.


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