Técnico 2.0, la nueva vía al desarrollo
En el artículo "Capital humano para el desarrollo", que abre el dossier de la Revista Universitaria 145, el economista Sergio Urzúa explica que las universidades, centros de formación técnica e institutos profesionales enfrentan el desafío de actuar para eliminar los efectos de la desconexión con el mercado laboral que han provocado. Tal alejamiento tiene implicancias sociales importantes, como limitar la posibilidad de que los sistemas educativos sean las columnas vertebrales que contribuyan a terminar con la transmisión intergeneracional de la desigualdad.
Chile está experimentado una histórica transformación de su educación superior. No me refiero al aumento en la matrícula agregada (personas que provienen de otra carrera), resultado directo de políticas de financiamiento implementadas por el Estado hace más de una década. Tampoco a los traumáticos cambios forzados por improvisadas reformas que han remecido recientemente al sector.
El cambio ha tenido un origen más virtuoso. Ha sido el resultado de las decisiones de miles de estudiantes y sus familias que han optado por la educación superior técnico-profesional por sobre la universitaria. Para entender el fenómeno, es necesario primero mirarlo desde lejos. Se trata de una tendencia global, en la cual las desconexiones entre lo que demanda el mercado laboral y lo que ofrece el sistema educacional se han hecho evidentes. Es un choque de dos trenes en el que recién estamos viendo los daños.
Desconexión entre mercado laboral y sistema educacional
La nueva concepción de lo que entendemos por un “trabajo” se ubica en el centro del creciente atractivo que está tomando la educación técnica y profesional en el mundo. En el año 2012, el libro Desconectados (Busso y otros autores, BID; 2012) documentó el alejamiento entre las habilidades que demandaba el mercado laboral en Argentina, Brasil y Chile, y la oferta de capacidades que caracterizaban a los jóvenes trabajadores.
Los empleadores no buscaban jóvenes con altos niveles de conocimientos específicos en un sector, sino individuos con capacidades para poder desarrollarse en ambientes laborales dinámicos, siendo preponderantes las habilidades socio-emocionales. Esta compleja realidad se ha amplificado en los últimos años por las rápidas transformaciones en el mundo del trabajo generadas de la mano de la incorporación de las tecnologías de información.
El mensaje para las políticas públicas es directo: La pertinencia de lo aprendido (más que los años de educación) debe ser la clave en la formación de capital humano. Lamentablemente la evidencia sugiere que, en general, los sistemas educativos han hecho caso omiso a la idea, esquivando realizar los ajustes necesarios (“Momento decisivo: La Educación Superior en América Latina y el Caribe”. Banco Mundial, Ferreyra y otros autores, 2017).
Tal desconexión, por cierto, tiene implicancias sociales importantes. Por de pronto, puede limitar la posibilidad de que los sistemas educativos sean las columnas vertebrales que contribuyan a terminar con la transmisión intergeneracional de la desigualdad. Si jóvenes en hogares más vulnerables sufren mayores niveles de desconexión, producto por ejemplo de un sistema educativo público poco enfocado en la pertinencia, sería esperable que estos fuesen los más afectados al momento de entrar al mercado laboral, reforzando entonces las disparidades socioeconómicas a través del tiempo. En este escenario tan negativo se hace urgente el diseño de nuevas políticas públicas que aborden esta problemática.
Ante esta realidad, las instituciones de educación superior, públicas y privadas, enfrentan el desafío de actuar para aliviar y eliminar los efectos de la desconexión de la que han sido responsables. El creciente interés de los estudiantes chilenos por optar por la educación técnico-profesional superior debe ser comprendido en ese contexto.
¿Qué explica el notable crecimiento de la educación superior técnico-profesional?
En el año 2005, cerca de 650 mil individuos cursaban estudios en el sistema de educación superior. De estos, solo 194 mil (29% del total) lo hacía en alguna de las 3200 carreras técnico- profesionales del sistema. Una década después la situación es distinta. En 2015, la matrícula total en la educación superior superó el millón 200 mil estudiantes, con más de 511 mil (44% del total) optando por alguna de las más de 6300 carreras ofrecidas por Institutos Profesionales (IPs) o Centros de Formación Técnicas (CFTs). Las cifras más recientes indican que la tendencia ha sido temporalmente torcida, en parte porque solo en noviembre de 2016 se aprobó la extensión de la cuestionada gratuidad en educación superior a los estudiantes de IPs y CFTs, lo que junto con el cambio demográfico explica la disminución en 2017 de 8.092 estudiantes en la matrícula de las primeras y de 5.742 en las segundas (respecto del año anterior).
Se anticipa que la educación superior técnico-profesional continuará su natural expansión. En particular, a la expansión de la matrícula en los IPs, debe seguir un crecimiento de los CFTs, toda vez que estas instituciones pueden jugar un rol crucial no solo en el sistema de educación formal, sino también en la formación continua en el trabajo.
Existen al menos dos factores que explican el crecimiento en la última década de la matrícula en instituciones técnicas y profesionales, dos caras de la misma moneda. Primero, la reducción en los retornos económicos de un título universitario ha sido un factor clave (Rodríguez et.al., 2016). La extensa duración de las carreras y sus altos costos, sumado a los documentados problemas de calidad que afectan a muchas instituciones universitarias, que no solo redundan en cartones poco valorados por el mercado, sino incluso en mediáticos escándalos, han llevado a miles de estudiantes a optar por alternativas más rentables.
En segundo lugar, los cambios en el mercado laboral. Cada vez más empresas demandan profesionales con conocimientos aplicados y con formación pertinente. Esto probablemente haya permitido a los empleadores convencerse de que un título técnico-profesional de buena calidad es mucho mejor que uno universitario de mala calidad, algo que ha sido documentado por la evidencia. Lo anterior, sumado a los cambios que dejó el súper ciclo de los recursos naturales, con aumentos salariales importantes particularmente entre los trabajadores de cargos medios, son elementos que han contribuido al creciente interés por la educación técnico-profesional en Chile.
El país debe avanzar para transformar la educación técnico-profesional en una fuente de capital humano avanzado. Los estudiantes y sus familias parecen dispuestos a realizar la apuesta. Ahora es necesario construir las bases de un sistema que permita satisfacer sus expectativas. De hacerlo bien, esos graduados podrían ser justo lo que le falta al país para reimpulsar su camino al desarrollo.
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