Celebrar el amor a la vida
¿Cómo vivir la celebración religiosa más importante para el mundo católico en tiempos marcados por una pandemia y tensiones sociales? Más allá de los ritos, ¿cuál es el sentido que cobra Semana Santa en esta época? La oportunidad de cambiar de mirada que nos plantea una experiencia límite, celebrar la resurrección en comunidad, llevar nuestros dolores y “duelos” con Jesús, y compartir con otros desde nuestra fragilidad, fueron algunas de las respuestas.
Volver a lo esencial
Claudio Rolle, académico Instituto de Historia
Semana Santa es la conmemoración más importante del año litúrgico, porque tiene que ver con la celebración de la vida. La restauración de la vida en plenitud, la que viene de superar la muerte. Y esta vuelta a la vida plantea no sólo gratitud, sino también las posibilidades que tiene la vida: Nos invita a superarnos, a conocer, a compartir. A vivir con otros.
Cuando pensamos en los conflictos sociales -y también en la pandemia-, son situaciones excepcionales de tensión máxima, la desconfianza y el temor se exacerban, la incertidumbre se hace cotidiana. Pero lo más importante: nos hace conscientes de nuestros propios límites, y al mismo tiempo, de nuestras posibilidades. En las situaciones de crisis existe la posibilidad de pensar mejor, aprendemos a amar la vida, descubrir cosas que no habíamos visto, mirar con otros ojos.
La muerte es parte de la vida, pero cuando se presenta de manera tan persistente y numerosa, cuando se transforma en un fenómeno social, cuando la vemos y nos impacta por lo implacable y doloroso, aparece el sentido del límite. Y ahí es donde para los cristianos, la festividad de Semana Santa y de la Pascua de Resurrección, es fundamental. De alguna forma ayuda a darle sentido a momentos de crisis, a pensar que nuestra tarea es hacer la vida mejor para lo demás y nosotros mismos.
Cuando pienso en la Pascua de Resurrección de este año, pienso en Francisco de Asís y su forma de ver el mundo. En su “Cántico de las criaturas” alaba al Señor por el hermano sol, la hermana luna, etc., y también por la hermana muerte corporal, donde hay una invitación a no temerle. Es una vuelta de tuerca extraordinaria y que en situaciones como ésta me parece que es de gran actualidad.
En este mundo súper informado y conectado, en que nos ha tocado vivir una experiencia social al límite -la pandemia- el llamado es a apreciar lo que tenemos, cuidar nuestra vida, la de los demás y la del planeta. Este momento en que recordamos año a año el volver a comenzar, que es la Pascua de Resurrección, es una oportunidad para “volver a la vida”, de volver a lo esencial.
Una oportunidad para hacer comunidad
Haddy Bello, académica Facultad de Teología
El foco de esta celebración sigue siento la resurrección de Cristo. La pandemia que estamos padeciendo nos pone en un contraste mayor, que a ratos podría percibirse como una posibilidad para discernir lo que es realmente importante en nuestras vidas.
Tendemos a adormecernos entre los ajetreos del día a día, de las responsabilidades, de los proyectos, de la investigación, del trabajo y de la multiplicación del hacer. Dejamos de lado el ser, el sentir, el vivir nuestra familia, y muchas veces olvidamos a quienes están más alejados y son más vulnerables –incluso entre nuestros seres queridos–, nuestros ancianos, nuestros enfermos, nuestros necesitados.
Para cada hombre y cada mujer creyente se presenta hoy de manera más radical el desafío de hacer presente el Evangelio en la Historia, actuando en coherencia con el Cristo que se entrega en la Cruz por toda la creación. Dios se hace cargo de su obra, la quiere, la ama, la salva.
Tenemos la oportunidad de pedir a Dios que aumente nuestra fe y que no nos falte la esperanza de una vida más plena, no sólo para un futuro escatológico, sino también para nuestra vida, ahora.
Creo que la celebración de una Semana Santa en medio de la cuarentena o viviendo el sufrimiento a causa del virus, nos afectará de distintas maneras. Algunos ya están a los pies de la Cruz a causa del fallecimiento de sus seres queridos; otros, con aciaga indiferencia seguirán con el cumplimientos de sus “ritos”. Sin importar desde dónde se viva, considero que sería un anhelo válido el pensar una comunidad creyente reunida en torno a la mesa del Señor, uno al lado del otro, conscientes de las propias fragilidades, pero con una fe renovada, madura, empática, que nos permita celebrar como sociedad el paso de la muerte a la vida en la resurrección de Cristo, y el florecimiento de una humanidad más justa, más compasiva y más amante.
Tener a Chile en nuestro corazón
Padre Fernando Valdivieso, Capellán General
Tenemos muchos duelos por vivir: Este último año hemos visto con dolor partir a hermanos y hermanas a causa del Covid, y eso nos aprieta el corazón, porque no son números, son personas. Tenemos familiares, amigos, colegas que hemos perdido.
Junto a éstas, también hay otras tantas pérdidas en el último año: expectativas, sueños... Ahora mismo que hemos vuelto a tener que encerrarnos en una cuarentena, la Región Metropolitana y muchas zonas del país, vuelven a experimentar estos ―vamos a decirlo con minúsculas― “duelos”, estas muertes de nuestros proyectos, de nuestras expectativas...
Frente a la muerte, el ser humano no tiene nada más que hacer, se acabaron las palabras humanas. Sólo Dios tiene una palabra suficientemente fuerte: es Jesús que muere para vivir nuestra muerte y resucitar. En Él, en nuestras muertes, encontramos el camino a la vida. En Él, las palabras humanas vienen a ser salvadas por esa palabra de Dios, que dice “Vive”. Eso es lo que celebramos esta Semana Santa y quisiéramos llevar nuestras muertes, nuestros dolores, nuestros duelos, con Jesús, porque creemos que "si hemos muerto con Cristo, viviremos también con Él".
En este tiempo de Chile, que busca su nueva Constitución y una renovada convivencia nacional, es bueno mirar a Jesús. Lo vemos entrar triunfante a Jerusalén, aclamado por el pueblo que entiende la alegría de su Reino. Pero luego tenemos que aprender de Él, en su pasión y resurrección, que la cruz es el camino para este Reino de Dios deseado. Se trata del camino del grano de trigo que cae en tierra, que para dar vida tiene que morir, tiene que amar hasta el extremo. Por eso vale mucho la pena recorrer esta Semana Santa teniendo en nuestro corazón a Chile y contemplando cómo se inaugura el Reino de Dios por el amor hasta el extremo.
Aprender de nuestra fragilidad
Mario Inzulza, académico Facultad de Teología
Las crisis nos han golpeado mucho y desde ángulos distintos: el miedo al contagio, la inestabilidad económica, la angustia del encierro, el estrés en las relaciones y la pérdida de las estructuras comunitarias. En este sentido, no hay nadie que no se haya visto afectado –de manera directa o indirecta– por las enormes y diversas crisis que estamos viviendo. Pero quizás sea esto, justamente, lo que nos ayude a vivir una Semana Santa más comunitaria, pues todas las personas estamos fragilizadas. Esta experiencia, tan generalizada en nuestras vidas, quizás nos hermana más que nunca. Todos nosotros estamos faltos de fe, esperanza y amor. Todos estamos faltos de Dios.
Este sentimiento de fragilidad debiera sensibilizarnos menos con un espíritu reflexivo y más con un modo contemplativo: acompañar, con la imaginación, lo que Jesús y sus discípulos viven durante estos días. En otras palabras, nos convendría más echar a andar la imaginación y menos nuestras ideas. Ayudará, entonces, no concentrarse en valores a cultivar, sino en experiencias a contemplar. Estas experiencias, concentradas narrativamente en los diversos personajes del triduo pascual, son todas experiencias de crisis que se enfrentan al riesgo de la esperanza. De ahí que nuestra situación actual pareciera abrirnos, como quizás nunca, a la experiencia vivida por los primeros creyentes.
Si tuviera que elegir alguna de estas experiencias narradas en los Evangelios, este año escogería acompañar a María Magdalena. Ella contempla cómo Jesús muere en la cruz y es enterrado. Por eso, al visitar el sepulcro de amanecida, María es la primera sorprendida. Iba a un lugar donde solo esperaba encontrar muerte y lágrimas, y se encuentra con una tumba vacía. María encuentra esperanza precisamente en el lugar de la desesperanza. Atrevernos a hacer lo mismo con nuestras penas, quizás produzca lo mismo que con María: ir corriendo donde los discípulos a contarles que, en Jesús, la vida es más fuerte que la muerte.
Aún no sabemos cómo nos cambiará el miedo al contagio y el encierro. Sólo espero que esta situación no nos acostumbre a la “virtualidad”. Es cierto que ansiamos ver a los demás, pero también encontramos que la virtualidad es “más cómoda”. Los creyentes podríamos acostumbrarnos a estar conectados con la comunidad sin salir de la casa, a ir a misa sin comulgar, a participar sin encontrarnos con los demás, ayudar al prójimo sin nunca toparnos con él.
Ojalá nos atrevamos a hacer cosas en familia. No importa si son menos “bonitas” o “profundas” que las celebraciones disponibles en internet. Y si no hay mucho tiempo, incluso bastará darse un par de minutos en familia para leer un texto central de la vigilia pascual: Romanos 6,3-11. Durante siglos, este pequeño trozo de texto nos ha acompañado para celebrar que Jesús no es un dios de muertos sino el Dios de la vida. Y quizás este año, como nunca, este anuncio sea una excelente noticia.
*Revisa las actividades de Semana Santa que ha organizado Pastoral UC